Rivera ayudará a Rajoy a burlarse del mandato de las urnas

Detrás de la cortina

Rivera ayudará a Rajoy a burlarse del mandato de las urnas

Rafael Alba

Ciudadanos, a punto de permitir que gobierne un candidato a quien los españoles han rechazado mayoritariamente en las dos últimas elecciones generales. Seguro que ustedes también las han leído. Y unos cuantos cientos de veces, por lo menos. La interpretación más extendida en los análisis interesados sobre los resultados obtenidos por las distintas opciones políticas en las dos últimas elecciones generales, suele relacionar la fragmentación del voto, con una supuesta voluntad del pueblo soberano de forzar a los políticos a sentarse a negociar y formar un gobierno opuesto a sus intereses particulares, pero en línea con las presuntas necesidades que hoy tendría esa baqueteada nación llamada España.
 
¿A qué les suena? Es un estribillo, o cantinela, que se dice mucho últimamente y queda muy bien. Más aún si se le añaden unas cuantas frases castizas de esas que reclaman a los políticos que “se pongan a trabajar y que se ganen el sueldo que les pagamos entre todos” y demás necedades al uso que tanto se escuchan hoy en las tertulias televisivas y radiofónicas, los pasillos del Congreso y las barras de los chiringuitos de las playas. Y, aunque se trata de un ‘cántico’ tan extendido que resultaría muy difícil encontrar al cerebro que elaboró este socorrido ‘argumentario’, probablemente un sufrido trabajador intelectual de alguna agencia de comunicación multinacional, nadie le ha sacado tanto partido en los últimos ocho meses como el líder de Ciudadanos, ese especialista en las medias verdades, la unidad de España y la historia de Venezuela que se llama Albert Rivera.
 
El ‘cuñado’ Rivera, tipo de traje y camisa azul en las grandes ocasiones, está por el constitucionalismo, el pacto, el acuerdo, los intereses de los españoles, y una nueva política incluyente que consiste en que pueden forjarse todo tipo de alianzas, siempre que sirvan claro, para conseguir alejar del poder a esa bestia negra que se llama Unidos Podemos, ese frente popular bolivariano que quiere romper la patria, empobrecerla y sepultarla en la negra noche del comunismo. Y no se cansa de decir que eso es, justamente, lo que han votado mayoritariamente los españoles.
 
En su último y más inverosímil equilibrio en el alambre, tras haber perdido 400.000 votos y ocho escaños en seis meses, parece dispuesto a ‘aceptar un gobierno presidido por su presunto ‘archienemigo’ Mariano Rajoy, porque esa, ya saben es, como decíamos antes, “la voluntad que los españoles han expresado en las urnas”. Así que, él y los suyos, van a abstenerse por responsabilidad política y van a negociar sobre los asuntos de interés general como el ‘techo de gasto’ y los nuevos presupuestos. Más que nada por aquello de que hay que poner a España en marcha.
 
Vayamos por partes. Para empezar ni el país se ha detenido en estos meses, ni nadie ha explicado todavía los motivos por los que resultaría tan desastroso que hubiera unas nuevas elecciones. Tal vez sería mejor acudir de nuevo a las urnas que tener que presenciar la burla a la democracia y a la propia constitución que supondría la formación de un gobierno que obvie por completo el auténtico mandato que ha salido de las urnas en las dos últimas elecciones generales, en las que la mayoría de los españoles han votado inequívocamente en contra de un Ejecutivo presidido por Mariano Rajoy y liderado por el PP.
 
Hagan la suma correspondiente y saquen conclusiones. Antes recuerden que, en las dos últimas campañas electorales, todos los candidatos menos aquellos que se presentaban en las listas de los populares han prometido dos cosas fundamentales, que promoverían un cambio en las políticas aplicadas por los gobiernos del PP en los últimos cuatro años y que desalojarían del poder a Mariano Rajoy, el verdadero responsable político del clima de corrupción estructural y saqueo organizado de las arcas públicas que hemos padecido y seguimos padeciendo. Y, entre ellos, el propio Albert Rivera ha exhibido quizá las posiciones más beligerantes y las exigencias más encendidas de la necesidad de avanzar hacer limpieza e impulsar la regeneración democrática.
 
Esa fue su razón de ser. El principal motivo por el que un montón de ciudadanos de ideología liberal conservadora, casi todos menores de 50 años, ha votado por Ciudadanos en las dos últimas elecciones. Y, sin embargo, cada vez resulta más dudoso, visto lo visto, que esa fuera alguna vez la verdadera esencia de un partido que nació para frenar el avance de Podemos y, por el camino, eliminó a UPyD, una formación de talante conservador pero que sí creía en la necesidad de limpiar de corruptos las instituciones y de instaurar en el país unas prácticas políticas limpias. Un partido que, por cierto, ha pagado muy caro su atrevimiento y ha sido borrado del mapa por mostrar una estimulante fidelidad a sus principios.
 
Pero estos naranjas poco tienen que ver con aquellos magentas, como muchos ingenuos y bienintencionados votantes habrán descubierto ya. Los mismos que deben quedarse de cuadros cada vez que escuchan decir a alguien que ellos han votado para favorecer un pacto que permita a ese presunto jefe de la banda de los cuarenta ladrones que no se llama Alí Baba seguir sentado en La Moncloa y hacer posible la continuidad de unas políticas que han contribuido a que como diría esa gran oradora y singular estadista llamada Fátima Báñez a que la “recuperación económica que vive España sea muy, muy social”.
 
Más curioso todavía puede resultar para ese mismo grupo de votantes estafados que sean precisamente los partidos de ese bloque que los líderes naranjas y azules han dado en llamar constitucionalista quienes hayan urdido un acuerdo de reparto de sillones en la Mesa del Congreso de los Diputados que parece el instrumento perfecto para que Rajoy y los suyos se burlen de la propia Constitución. De momento, los naranjas han contribuido a hacer presidenta de la Cámara a la muy ‘obediente’ Ana Pastor que ya ha demostrado claramente lo que es, una empleada fiel del presidente del Gobierno en funciones. Nada que ver con la labor que le otorga la Carta Magna que sería presidir el poder legislativo, una de las tres instancias ‘independientes’ que deben asegurar la neutralidad institucional en la acción política.
 
Para nada. Gracias a Rivera y los suyos tenemos a una presidenta del Congreso a la que puede dar órdenes hasta la ‘vice’ Soraya Sáenz de Santamaría, que se ha permitido decir en una rueda de prensa tras un Consejo de Ministros que habrá fecha para la investidura, en cuanto haya un acuerdo que permita la formación de un gobierno. Presidido por Rajoy, por supuesto. Y, ante tamaño desmán, ese equipo naranja que tan escrupuloso dice ser con los asuntos constitucionales no ha levantado ni una ceja. Ni la levantará, desde luego. Ni demostrará la más mínima sorpresa ante un hecho tan singular. Imagínense lo que habría pasado si esta declaración la hubiera hecho la vicepresidenta de la Generalitat refiriéndose a cualquier debate del Parlament de Cataluña.
 
Pero entonces, ¿de verdad que Rajoy y Rivera van a salirse con la suya? Van a poder llegar a acuerdos que contradigan por completo ese famoso mandato popular emitido por las urnas del que venimos hablando a lo largo de todo este artículo. Todo parece indicar que sí. O eso creo yo. Ahora mientras la ola de calor y el sopor vacacional nos hacen bajar la guardia iremos conociendo alguna que otra concesión menor, como la calderilla de las diputaciones, que el PP irá haciendo a Ciudadanos para que sea medianamente ‘justificable’ que, finalmente, voten sí en ese debate de investidura que se celebrará cuando quiera el gran jefe.
 
Y también iremos escuchando el silencio sonoro con que se reciben las nuevas noticias sobre la epidemia de corrupción que no paran de llegar a los medios por culpa de esos jueces ‘politizados’ que piensan más en hacer su trabajo y velar por el cumplimiento de la Ley que en las necesidades de España.
 
Y, ¿qué hará el PSOE? Tal vez termine por abstenerse con el absurdo argumento de que tras el sí de Ciudadanos no es posible seguir oponiéndose a la formación de ese gobierno que los votantes españoles han rechazado taxativamente dos veces. Pero quizá tengamos que esperar hasta octubre para que se consume la posible estafa. Con las elecciones vascas y gallegas de por medio a los socialistas les va a ser más difícil que antes sostener eso de que se puede facilitar la formación de un gobierno para luego convertirse en oposición.
 
Al final, va a ser el PNV, probablemente sin pretenderlo, el responsable de que los principios democráticos se mantengan en pie. Por lo menos hasta el día después de esos comicios autonómicos adelantados con los que no parecía contar nadie. Dos citas con las urnas en las que Ciudadanos no se juega gran cosa, pero los socialistas sí. Porque vuelven a estar obligados a luchar por una supervivencia que no tienen asegurada.  

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