Turquía, Erdogan ajusta cuentas

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Turquía, Erdogan ajusta cuentas

Diego Carcedo

El intento de golpe de Estado le ha abierto el camino al sultán Recep Tayyip Erdogan para avanzar en su carrera hacia la dictadura y la islamización. También en Turquía parece que no hay mal que por mal no venga: el intento de golpe de Estado le ha abierto el camino al sultán Recep Tayyip Erdogan para avanzar en su carrera hacia la dictadura y la islamización. Ya tiene excusas, fundadas o inventadas, para quitarle el freno a la represión. Existía, cada día más dura contra quienes no mostraban adhesión, pero ahora se ha desbocado: seis mil personas, militares y civiles, muchos jueces incluidos, han sido detenidas en las últimas horas acusadas de complicidad o condescendencia con los golpistas o simplemente con disconformidad con el régimen que está creando desde hace tiempo en torno a su pretensión de poder absoluto.

Durante algunos años Erdogán engañó a quienes se dejaron – entre ellos José María Aznar y José Luís Rodríguez Zapatero que apoyaron a ojos cerrados su pretensión de entrar en la Unión Europea – bajo la idea de que estaba inventando la democracia musulmana, y que su partido, islamista camuflado, no era más que una versión de la democracia cristiana que gobernaba en muchos países de Europa. Mientras la diplomacia de Ankara que propugnaba estas mentiras, los hechos demostraban lo contrario.

Poco a poco Erdogán iba depurando a los militares fieles a la memoria de Ataturk y por lo tanto contrarios a la vuelta a la islamización de la política y las costumbres, y escalaba todas las etapas para alcanzar el poder absoluto. Siendo primer ministro cambió la Constitución para que todos los poderes los asumiera el presidente y, naturalmente, en cuanto así fue, él los estrenó, como jefe absoluto del Estado, instalado en el palacio presidencial más grande y suntuoso del mundo. Ante la inquietud que empezaba a mostrar el pueblo, los métodos de control de las fuerzas del orden se endurecían.

La precaria paz lograda con los kurdos se deterioró y retomó su tradición de guerra encubierta, la negativa a aceptar la realidad del holocausto armenio le cerró puertas, y la represión contra la prensa – clausura de medios, encarcelamiento de decenas de periodistas sin juicio y las amenazas constantes a los poco afectos – abrieron los ojos a quienes en Europa se habían creído que Turquía por fin había encontrado la senda de la democracia. Gracias a la oposición de Francia y Alemania el proceso de integración europea se ralentizó hasta entrar en dique seco.

La política de Erdogán en torno a los conflictos vecinos de Siria e Irak siempre fue poco clara y su actuación con los refugiados, a pesar de estar recibiendo mucho dinero por acogerlos, deja bastante que desear. Nada de todo esto, desde luego, justifica un golpe de Estado. Pero que al Sultán le ha venido bien para sus planes – él mismo lo confesó así – es evidente. Turquía es un miembro importante de la OTAN y un candidato a incorporarse a la UE, pero ni sus fuerzas Armadas están todavía preparadas ni su presidente es de fiar.

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