Convergentes en la discrepancia

Cataluña

Convergentes en la discrepancia

Diego Carcedo

Ponerle nombre a un recién nacido suele resultar difícil a veces. Conozco una pareja que tras debatir varias opciones, llegaron a un acuerdo: aprovechar la visita al Registro Civil para presentar una solicitud de divorcio. Ponerle nombre a un recién nacido suele resultar difícil a veces. Conozco una pareja que tras debatir varias opciones, llegaron a un acuerdo: aprovechar la visita al Registro Civil para presentar una solicitud de divorcio. En Cataluña está ocurriendo algo parecido aunque quizás de mayor enjundia política. Los dirigentes de la extinta Convergencia Democrática de Cataluña, antes Convergencia y Unión, tampoco consiguieron consensuar las siglas de su nuevo partido, una iniciativa del incombustible Artur Mas después de haberse cargado el que heredó de Jordi Pujol junto a sus corruptelas y él dejó hecho unos zorros con sus aspiraciones independentistas y pactos contra natura.

CDC, que en sus tiempos de esplendor y gloria no sólo gobernó Cataluña con la fea costumbre de que algunos de sus miembros se beneficiasen con el tres por ciento de los contratos públicos, sino también el resto de España imponiéndole condiciones leoninas a Madrid, como se definía en algunos círculos nacionalistas el respaldo a los gobiernos de turno; CDC, decía, se pasó de frenada, sus líderes se metieron en intrincados berenjenales, los escándalos crecieron como los hongos en primavera y los militantes se encontraron de pronto sumidos en una gran confusión. Para muchos no era de recibo pactar con ERC, el enemigo ancestral, y para todos ellos tener que postrarse ante los antisistema de la CUP, fue un agravio.

Un agravio que ni siquiera el usufructo del poder y continuar manejando la aspiradora que pasa sobre las alfombras sin levantarlas, era asumible y más cuando los de la CUP, consecuentes consigo mismos, enseguida volvieron a donde solían. Como enemigos de un sistema y unos burgueses a los que tenían muchas ganas. Así que lo mejor, lo único que se le ocurrió a Mas para seguir cabalgando fue refundar el partido: borrar el pasado, conservar los muebles, mantener vivos los rescoldos y continuar en la misma línea y en la contraria, como era costumbre. El problema fue el nombre, unos querían ponerle Més Catalunya, otros Parti Nacional Catalá, y ahí surgió el primer problema. El debate tuvo que aplazarse y al final, después de votar a “caraperro” se quedó en Partido Democrático Catalán, el nombre que Mas y Puigdemont rechazaban.

La derrota en el estreno de los dos líderes promotores no tuvo mayor trascendencia, pero los ecos de tan significativa discrepancia, sí la tuvieron. La gente, que no es tonta, enseguida empezó a exclamar: “¡Joder, con la convergencia!” Menos mal que el enfrentamiento se limitó al nombre, porque, ¿alguien imagina lo que hubiese ocurrido si en vez de refundar el partido, estuvieran repartiéndose los ministerios, las embajadas y otros altos cargos del país independiente que Mas pretende? Vaya comienzo: Ni que lo hubiera planificado el ministro del Interior en la intimidad de su despacho.

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