Y ahora, ¿qué?, otra vez

Elecciones Generales

Y ahora, ¿qué?, otra vez

Bueno, pues ya hemos votado y, observando con atención los resultados, vuelve otra la vez a las tertulias la pregunta del millón devaluado: Y, ahora, ¿qué?. Bueno, pues ya hemos votado y, observando con atención los resultados, vuelve otra la vez a las tertulias la pregunta del millón devaluado: Y, ahora, ¿qué? El PP mejoró sus resultados, el PSOE no sufrió el descalabro cantado, Ciudadanos mermó su posibilidad de arbitrar, el bipartidismo sigue vivo aunque atolondrado, y Unidos Podemos pues… que al final la montaña parió un ratón y Pablo Iglesias cualquier día de estos va a acabar teniendo que hacer las maletas, pero no para trasladarse a La Moncloa sino para regresar a su digna condición de profesor asociado de la Complutense.

Uno, que intenta estar al día para luego poder discutir de tú a tú en las barras de los bares que no pisa, tira de calculadora, suma escaños y los números se muestran tozudos, como solía: las cuentas no salen, la cifra mítica de 176 escaños sigue siendo inalcanzable por ninguno de los candidatos sin que antes salten líneas rojas por los aires, se manden vetos al baúl de los recuerdos, o, lo más difícil, ¡que alguien, algún patriota si que queda, dimita! Casi nada, dimitir como un vulgar, aunque mediocre hasta las corvas, “premier” británico, cuando se es imprescindible.

Para que se forme una mayoría estable ya ni siquiera vale que el PSOE y Podemos vuelvan a las andadas lleguen a un acuerdo; sólo resolvería que algún protagonista iluminado y ansioso de poder fugaz, consiga sacarse de la manga, cual conejo de mago, un milagro para que populares y socialistas se entiendan aunque sólo sea para hacer viable la investidura de Rajoy o de Sánchez, los dos aspirantes, aunque bien mirado más probabilidades tendría que los dos hiciesen mutis por el foro y dejen que sean otros, con menos experiencia de fracasos, los que lo intenten.

Urge, qué duda cabe, que haya un Gobierno responsable, que no tenga que escudarse bajo la condición de “en funciones” para despachar los asuntos cotidianos, y para eso hace falta, además de altura de miras políticas, renuncia a pruritos y ambiciones personales. Se echaron de menos gestos de generosidad durante las negociaciones pasadas y lo curioso es que los votantes, que al parecer siempre aciertan aunque a veces lo disimulan, al único que lo intentó, lejos de ser premiado por ello, fue a quien las urnas le pasaron la factura por los platos rotos por los demás.

Así que, sí: otra vez “y ahora, qué? Las cartas están servidas y hay que jugarlas evitando el farol. Volver a tenerlas que barajar ya no es que sea malo, simplemente es que resultaría ridículo para todos. Y dejar que cuarenta y seis millones de españoles se arriesguen a hacer el ridículo una vez, pase, pero dos no es de recibo, la verdad.

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