El enfrentamiento con Unidos Podemos desangra al PSOE

Detrás de la cortina

El enfrentamiento con Unidos Podemos desangra al PSOE

Las jóvenes generaciones de socialistas no encuentran sitio en un partido sin rumbo, dominado aún por los viejos políticos profesionales. Puede ser, o no puede ser, que el añorado y sobrevalorado 15M tuviera algo de revuelta espontánea, tras la desesperación social que provocó la falta de reacción del Gobierno socialista de la época, encabezado por José Luis Rodríguez Zapatero, tanto a la devastación provocada por la crisis económica como a las infames recetas para ‘resolverla’ que, supuestamente, impuso la todopoderosa Alemania a toda la Unión Europea con el único objetivo de salvar sus bancos ‘quebrados’ a cualquier precio.

Pero más allá de aquel ‘macrofestival’ político de éxito, su público ‘neohippy’ y sus ingeniosas pancartas plagadas de frases que parecían haber salido de los gabinetes creativos de una agencia publicitaria moderna, también existían unos movimientos de base, unas opciones políticas organizadas de antemano, cuyas estructuras asociativas se constituyeron en los cimientos sobre los que se elevó aquel gigantesco ‘flashmob’.

Y tampoco habían nacido por generación espontánea. Siempre habían existido, por supuesto, los movimientos radicales, los ‘punkis’, los ‘okupas’, los ‘skins’, los ‘neonazis’, y un montón de banderías juveniles con gusto por la violencia, pero ni fueron, ni son ni serán, espero, la base de ninguna opción política con posibilidades de futuro.

También siempre, desde mucho antes de la transición de 1978, habíamos contado con la acción de los activistas vecinales y otros grupos que trabajaban la solidaridad en los barrios y a los que el PSOE tuvo muy en cuenta en sus inicios, cuando renació casi de la nada, -se dice que gracias a un dinero que le llegó de Francia, Alemania y la Venezuela de Carlos Andrés Pérez-, y dirigido por el grupo que lideraba el político sevillano Felipe González protagonizó, con éxito, su particular ascenso a los cielos.

Y también estaban los ateneos republicanos, los baqueteados sindicatos de clase, las asociaciones del movimiento LTGB y otro buen montón de movimientos políticos progresistas de carácter pacífico, cuyas reivindicaciones habían dejado de encontrar cauces en los dos grandes partidos de la izquierda. Porque, en los últimos tiempos, tampoco IU podía presumir demasiado de apertura de miras o democracia interna.

Y esa desconexión ha resultado ser letal para un PSOE que parece haber olvidado demasiado pronto que tanto González como Zapatero necesitaron la ayuda de todo ese entramado para llegar al poder. Y también para mantenerse en él. Porque los puentes se volaron desde dentro. La élite dirigente del PSOE, y también la de IU, ya digo, en un determinado momento, intentó blindarse y se rodeó de un ‘funcionariado’ de políticos profesionales, adictos a los cargos y las prebendas obtenidas.

Una estructura que, además de ser el terreno abonado perfecto para que la corrupción campara a sus anchas por las organizaciones regionales, impedía sistemáticamente cualquier renovación de dirigencias o mensajes que pudiera inquietarles. Aunque esa forma de actuar inevitablemente, como así ha sido, se haya convertido en la enfermedad silenciosa que va a acabar con aquellos grandes partidos del pasado.

Y esa es la verdadera génesis de Unidos Podemos, la gran coalición progresista del momento, en la que se agrupan todos los ‘descamisados’ a quienes las cúpulas blindadas del PSOE e IU, los tipos de las ‘tarjetas black’ y las puertas giratorias, expulsaron del interior de sus organizaciones. Sin este tapón ni Pablo Iglesias ni Iñigo Errejón habrían creado ningún partido nuevo, tampoco las famosas mareas hubieran tenido que surgir extramuros de las grandes organizaciones de izquierdas, porque casi todos los actuales dirigentes de estos movimientos juveniles, son políticos que, hasta no hace demasiado, militaron en ellas.

Pero ante la férrea resistencia de los aparatos y la imposibilidad de ascender en las líneas de sucesión o influir en las decisiones políticas tuvieron que marcharse de ellas y crear sus chiringuitos propios, aprovechando, eso sí, el altavoz que les había proporcionado el 15M y el hecho de que su insatisfacción con los ‘viejos partidos’, era compartida por un montón de votantes potenciales. Como se ve más de la mitad de aquellos 11,9 millones que, por ejemplo, llevaron a Zapatero a La Moncloa.

Por eso es falso y se cae por su propio peso negar que, desde sus orígenes, en Unidos Podemos, existe un alma socialdemócrata evidente. Dirigentes clave como Carolina Bescansa o José Manuel López o figuras clave como Manuela Carmena provienen de los entornos del propio PSOE, sus fundaciones y sus ‘think tanks’ y han sido formados en la disciplina de ese partido ancestral ahora en peligro.

Y, además, estos políticos, comparten perfil con otros muchos que aún se mantienen en el interior de los grandes partidos socialdemócratas europeos, desde los laboristas, que dirige ahora el ‘populista’ Jeremy Corbyn, a los socialistas franceses, donde, sin embargo, no han tenido que crear organizaciones distintas a la original para dar la batalla ideológica. Hasta en el Partido Demócrata de EEUU, ha aparecido en torno a Bernie Sanders, el durísimo rival de Hillary Clinton por la nominación presidencial, un grupo de estas características que, curiosamente, tampoco ha tenido que irse para influir en la dirección política.

Pero Corbyn y Sanders, por poner dos ejemplos, han podido dar la batalla en el interior de sus partidos y competir en condiciones de igualdad con las figuras rivales que también aspiraban a hacerse con los mandos. Algo que, por ejemplo, los anteriores dirigentes de IU saben muy bien, porque nunca aceptaron negociar unas primarias abiertas como fórmula para establecer el orden de los candidatos de cualquier alianza electoral con Podemos.

Su esquema negociador siempre incluía un listado de nombres blindados que debían ir en puestos de salida, con o sin el respaldo de las sufridas bases. Y que también conoce el ejército de damnificados de las múltiples guerras internas del socialismo, que han provocado más muertos y más heridos políticos, muchos más, que cualquier enfrentamiento que se haya tenido con los eternos rivales del ala derecha.

De modo que, difícilmente el PSOE, este PSOE, puede reclamar para sí los derechos de autor o de propiedad intelectual o de explotación política de la ideología socialdemócrata. Sencillamente porque no es cierto. Del mismo modo que tampoco puede negar su relación con buena parte de los dirigentes, las estrategias o las ideas que defiende esa nueva coalición que, sin remedio, va a arrebatarle la hegemonía del bando progresista.

Pero sólo porque, hoy por hoy, es mucho más porosa que los socialistas a los intereses de los distintos colectivos que siempre han transitado por los márgenes izquierdos. Y lo que es peor, el empecinamiento del grupo encabezado por Susana Díaz, que mantiene maniatado a Pedro Sánchez, en acentuar el alejamiento entre el PSOE y sus aliados naturales históricos en la sociedad civil y las luchas sociales, puede acelerar el desastre anunciado al que se dirige el partido. Y hasta provocar nuevos cismas que propicien una desintegración todavía más dolorosa.

A los militantes y simpatizantes socialistas, los que aún pisotean las calles y dan la cara en las luchas sociales cotidianas, les cuesta mantener esta batalla fratricida con sus ‘compañeros’ de siempre. En especial a aquellos que pertenecen a las generaciones más jóvenes. Y fuera de las cómodas redes clientelares andaluzas, a los soldados rasos les cuesta sostener sin avergonzarse la simple idea de que el PSOE prefiere formar una coalición con Ciudadanos, la nueva derecha pija que dirige Albert Rivera que con los amigos con los que van a las manifestaciones y comparten bares y pinchos de tortilla.

Y encima, ahora se les viene encima la amenaza cada vez más plausible del famoso ‘sorpasso’. Aunque para la militancia socialista de base, hace mucho tiempo ya que esa irrelevancia, ese pérdida de liderazgo era más que real. En realidad, el único cambio perceptible en la correlación de fuerzas actual que reflejan las encuestas proviene, por lo tanto, de los efectos beneficiosos para IU, Podemos y las famosas confluencias asociadas del matrimonio de conveniencia que acaban de forjar.

Parece evidente que la suma de sus votos les convierte en un serio competidor en el juego corto, y letal, de los restos de la Ley D´Hondt, lo que les permitirá conseguir un buen puñado de diputados adicionales en estas nuevas elecciones con un número similar de votos al que consiguieron el pasado mes de diciembre.

De alguna manera, con este nuevo formato, y a pesar de haber tenido que ceder todo el protagonismo y quizá poner en juego su futuro, la vieja marca electoral que creó el PCE en la década de los ochenta, cuando casi queda sepultado por la apisonadora socialista de la época va a superar, por fin, la maldición de encontrarse siempre poco representada en el Congreso en relación con la cantidad de sufragios que acumulaba elección tras elección.

Por eso, resulta lógico que por fin se haya formalizado esta alianza. Pero no resulta fácil entender los auténticos motivos por los que el PSOE no quiere estar presente en ella. Sobre todo, como he dicho antes, para las bases socialistas que, sin lugar a dudas, quisieran estar ahí y no enzarzados en una lucha fratricida que su organización hace mucho tiempo que ha perdido en las calles. En las luchas de cada día, las manifestaciones y las fiestas populares de los barrios deprimidos.

Ahora lo único que va a pasar, parece, es que esa derrota va a ser visualizada en el Parlamento, cuando, por primera vez en casi cuatro décadas, haya una candidatura progresista con más posibilidades que la socialista de liderar un ‘Gobierno del cambio’. Ni más ni menos que eso. Pero es una píldora muy amarga de tragar y, a lo mejor, genera una indignación y una ira de tal magnitud que no podrá aplacarse sólo con la defenestración anunciada de Pedro Sánchez.

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