Susana Díaz, el as en la manga de Mariano Rajoy

Detrás de la cortina

Susana Díaz, el as en la manga de Mariano Rajoy

El presidente del Gobierno en funciones confía en que la líder socialista andaluza obligará a Pedro Sánchez a permitir que el PP siga en el poder. Con escasas diferencias de matiz, probablemente provocadas por el diferente sesgo ideológico de las cocinas demoscópicas, las últimas encuestas publicadas estos días, incluida la ‘oficial’ realizada por el CIS parecen coincidir en lo esencial. El único cambio, más o menos significativo, que se produce ante la nueva cita electoral sobre los resultados que los distintos partidos obtuvieron el pasado mes de diciembre es la sustancial mejora que podría producirse en el número de escaños conseguidos por la nueva coalición Unidos Podemos, como consecuencia de la suma de los votos que habrían obtenido por separado Podemos e IU. Con las nuevas cantidades, la Ley D´Hont resulta más favorable para la coalición que podrá aumentar sustancialmente el número de diputados y conseguir quizá el famoso ‘sorpasso’ tanto en escaños como en votos, tras relegar al PSOE a una humillante tercera posición.

Pero, de hecho, tampoco esa nueva vía hacia el poder que se sustenta sobre la alianza de las formaciones que lideran Pablo Iglesias y Alberto Garzón, con el apoyo de las famosos ‘confluencias’, supone un elemento nuevo en el infernal y fragmentado tablero de juego político en el que se desarrolla la actual partida. Quizá lo incomprensible es que esa alianza no se hubiera realizado antes. O, a lo mejor no tanto. Al fin y al cabo, es probable que si IU no se hubiera llevado unos cuantos batacazos seguidos en las urnas en su afán por mantener una independencia que la actual ley electoral convertía en misión imposible, su nuevo coordinador, no hubiera tenido muchas posibilidades de dar por buena una alianza que convierte a su formación política en una suerte de muleta para que los ‘podemitas’ mejoren sus expectativas. Pero sin diputados y con una montaña de deudas las cuentas no iban a cuadrar y la propia supervivencia del portaviones electoral del PCE tampoco estaba asegurada.

Así las cosas, una vez más, las encuestas muestran la complicadísima situación en la que se encuentran en este momento el PSOE y su líder Pedro Sánchez. Desdibujados y sin un programa verdaderamente diferenciado en lo económico del que defenderían el PP y Ciudadanos, los socialistas parecen moverse sin remedio hacia la intranscendencia y la actual imagen de unidad que pretenden transmitir resulta casi una broma de mal gusto, ante la evidencia de que sólo un milagro en las urnas podría mantener con vida al actual secretario general a quienes sus compañeros y correligionarias parecen haber elegido como ‘chivo expiatorio’ del batacazo histórico que todos esperan. Si se consuma, el actual líder será sacrificado, dicen algunos, quizá la misma noche de autos y llegará el momento de volver a repartir cartas.

Los observadores más avezados en el día a día de Ferraz no creen que justo en esas circunstancias, con el partido en las horas más bajas de su historia en democracia, la líder andaluza Susana Díaz vaya a reclamar el liderazgo nacional. Más bien al contrario, de momento, según quienes defienden estas opiniones, lo alejará de sí. Y, a cambio, patrocinará un sustituto o sustituta, más o menos interino o interina, que estampará la firma en el documento de la rendición y pondrá en práctica la ‘receta’ de Felipe González. Ya saben, aquella solución salomónica en la que se instaba a los responsables de las dos formaciones políticas sobre las que se sustentó el bipartidismo, a dejar gobernar a aquel que hubiera obtenido una mayor cantidad de escaños. Un honor que, de confirmarse esas encuestas de las que hablábamos antes, le volvería a corresponder al PP.

Así que, según estas teorías conspiratorias de baja intensidad, Díaz se quedaría en su feudo del sur y, desde allí, procedería a explotar la excusa de la ‘unidad de España’ como principal mimbre del cesto de sacrificio institucionales por el bien de todos que empezaría a tejer para conseguir la recuperación del PSOE desde el centro. Una posibilidad que, como parece demostrar la coyuntura actual, no parece demasiado real en estos momentos, pero que no tendría más remedio que intentar.

Sobre todo, porque, a diferencia de otros líderes socialistas, el verdadero enemigo de la presidenta andaluza es Pablo Iglesias. Más que nada, porque el dinámico político de la ‘coleta’ es, siempre según estos analistas diletantes, la ‘bestia negra’ del ‘felipismo’ residual, Prisa y Juan Luis Cebrián y, por lo tanto, el único político con el que jamás pactaría esa corriente mayoritaria del socialismo que siempre ha dirigido la estrategia general del partido.

Así las cosas, Mariano Rajoy vuelve a sentirse seguro. Al fin y al cabo, con ese 27% del voto que parece haberse consolidado como un suelo ‘sólido’ para amortiguar la caída de la formación conservadora, a los populares les bastaría ‘arañar’ dos o tres puntitos, que le pueden llegar desde el zurrón de los muy desdibujados Ciudadanos de Albert Rivera para conseguir el propósito perseguido, que no es otro que mantenerse firmes en la presidencia del Gobierno. Al político gallego, que ha toreado en muchas plazas, no le asustan las andanadas de su competidor ‘naranja’, cuyo perfil, cada vez más derechista, pierde pie en el centro del espectro político. Sabe que esos votos no le van a faltar si los necesita para la investidura, o para aprobar unos presupuestos con más recortes, por mucho que ahora insistan en decir que no van a apoyarle.

Y como lo único que no consentirá Susana Díaz, siempre sobre la base del poder que han delegado en ella esos ‘verdaderos dueños del PSOE’ de los que hablábamos antes, es que Pablo Iglesias pueda convertirse en el nuevo inquilino de La Moncloa, la abstención socialista puede estar servida. Y la permanencia de Rajoy en el poder también. Sobre todo, porque no parece probable que, por mucho que Sánchez quisiera o no quisiera intentarlo, los socialistas vayan a repetir la jugada de poner sobre la mesa un nuevo pacto con Ciudadanos desde la ‘minoría mayoritaria’, como hicieron en la fallida legislatura que acaba de terminar. Más que nada porque como era de esperar, las bases electorales sobre las que siempre ha crecido el partido socialista, y siempre es casi desde los inicios de la última transición democrática, se sitúan claramente a la izquierda y no en el centro.

La moderación, ese perfil centrista que hasta no hace mucho todo partido con vocación de poder debía mantener, servía para arrancarle los votos tibios al enemigo y sumarlos a los propios, como modo único de obtener el complemento necesario para alcanzar el poder. Pero igual que el núcleo duro de los apoyos que siempre ha obtenido el PP se encuentra en el margen derecho del tablero político, el del PSOE se encontraba en la presunta orilla izquierda. Hasta que lo dejaron perder por pura incapacidad de entender que sus recetas no servían para motivar a unas nuevas generaciones que necesitan abrirse paso en la vida y no están en condiciones de soportar la precariedad laboral, simplemente porque no pueden permitírsela.

Porque es una opción que condiciona su futuro e hipoteca las posibilidades de prosperar en la vida que van a tener casi dos o tres generaciones enteras de españoles. Esas que han tenido la mala suerte de nacer en el mundo ideal de quienes, como el ministro del Interior, Alberto Fernández Díaz, creen que los “empleos para toda la vida se han acabado para siempre”.

Y esta es la única alternativa que, de momento, ofrecen a los menores de cuarenta años, los tres partidos que, en teoría, serían los defensores del sentido común y la seriedad en las propuestas. Un mundo distópico en el que la supervivencia no está asegurada. Sin entrar ya en terrenos espinosos como la corrupción, sobre la que tanto el PP como el PSOE, querrían pasar página rápidamente, el empecinamiento de los actuales líderes socialistas en no entender que para la mayoría la falta de un medio para ganarse la vida es bastante más horrible que la presunta ausencia de libertad, sumada a la obediencia ciega que mantienen a los dictados de ciertas élites, es lo que va a acabar para siempre con el partido.

Y Rajoy lo da por descontado, dicen. Cree que los socialistas se han conformado ya y están dispuestos a dejar de ser el gran partido estatal que fueron, para ser lo más parecido a una especie de partido nacionalista andaluz, con algunas cuotas de poder regional aquí y allá. Por eso, el presidente del Gobierno en funciones confía, aparentemente, en que Susana Díaz haga el trabajo sucio y, una vez amortizado Sánchez, le facilite el camino y le permita mantenerse en el poder.

¿Lo hará? Tal vez sí, pero debería replanteárselo. Y a lo mejor seguir el ejemplo, de otras figuras emblemáticas del ‘progresismo pactista’, o la izquierda exquisita, como la previsible candidata del Partido Demócrata a la presidencia de EEUU. Por duras que hayan sido las primarias, a Hillary Clinton no se le ocurriría jamás demonizar ni a Bernie Sanders ni a lo que representa. Necesita su ayuda para derrotar a Donald Trump.

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