¿Yo, robot?

Tecnología

¿Yo, robot?

Josep Lladós

La revolución de la robótica ya está aquí. Crucemos los dedos para que se cumplan las tres leyes de Asimov. El progreso tecnológico es un factor crucial para el desarrollo social. Desde el punto de vista económico es positivo pues mejora la productividad y la capacidad para generar riqueza. Incorporar nuevos conocimientos a la actividad económica abre la puerta a nuevos productos, nuevas formas de organizar la producción, nuevas ocupaciones y nuevas formas de trabajo.

Pero que la automatización sea un proceso socialmente favorable no quiere decir que su impacto sea neutral, pues beneficia a quien más conocimientos técnicos dispone o más capacidad tiene para adaptarse a las nuevas tecnologías pero penaliza a quienes no son capaces de ello, pues las tareas que desarrollan pueden ser sustituidas por el empleo de máquinas más eficientes.

La revolución digital siempre ha tenido un componente distinto: la capacidad de reemplazar no sólo actividades manuales sino también actividades mentales. Pero con la inteligencia artificial, la robótica, la impresión 3D, la nanotecnología y el big data estamos ante un paso adelante que puede tener un efecto disruptivo. Es decir, profundamente transformador.

No es de extrañar que el mercado de la robótica lleve expandiéndose cuatro años consecutivos y que, conjuntamente con las aplicaciones derivadas de la inteligencia artificial, pueda llegar a duplicar su dimensión en los próximos cinco años, a medida que disminuya su coste, se amplíe su penetración en distintas ramas industriales y de servicios y la economía china apueste decididamente por la automatización.

Los nuevos avances mejoran ampliamente las capacidades lógicas y de cálculo de los ordenadores y sus posibilidades de gestionar enormes cantidades de información al tiempo que mejoran también sus habilidades para captar, interpretar y procesar información mediante las nuevas tecnologías visuales y de reconocimiento del lenguaje.

Esta nueva revolución tecnológica levanta un revuelo considerable cuando se piensa en su efecto en el mercado laboral. Estudios recientes indican que la tecnología actualmente disponible ya podría sustituir más del 40% de las tareas que actualmente realizamos los humanos. Aquellas tareas que sean más fácilmente programables en un algoritmo serán las más susceptibles de ser reemplazadas mediante el uso de un robot. Evidentemente, las que son más rutinarias y repetitivas. Pero no sólo las aparentemente de menor cualificación, como limpieza, transporte o mantenimiento. Gracias a los avances en inteligencia artificial también son materia sensible muchas tareas desarrolladas por trabajadores de la economía del conocimiento de nivel intermedio, como en logística, contabilidad, marketing, análisis financiero o incluso cirugía o diagnóstico clínico.

No es un escenario necesariamente preocupante, pues un lugar de trabajo consiste de muchas tares distintas. De manera que más protegidos parecen estar los lugares de trabajo basados en tareas que requieran inteligencia creativa, social y emocional. Aquellos trabajadores más creativos sabrán convertir el uso de la robótica en un complemento que les permite ahorrar tiempo y aprovechar su experiencia y conocimientos para mejorar su rendimiento. Las economías capaces de crear lugares de trabajo más creativos serán pues las que mejor aprovechen el viento favorable de la revolución robótica.

Y cuando se avecina un cambio de grandes proporciones es momento para adaptar el marco regulador y reflexionar sobre la calidad de las instituciones existentes. Tres apuntes breves para una mejor adaptación al mundo robotizado:

Primero, invertir mucho más en capital humano. Se trata de mejorar la calidad de la educación a fin de adaptarla al nuevo escenario tecnológico y promover la formación continua y en el lugar de trabajo. Además, si se sustituyen muchas tareas de trabajadores en la escala intermedia salarial, los riesgos de una mayor desigualdad aumentan. Nada hay más progresista que garantizar la igualdad de oportunidades mediante un acceso universal a una educación excelente.

Segundo, facilitar la difusión de las nuevas innovaciones tecnológicas, abriendo los mercados a una competencia realmente efectiva y facilitando la entrada y consolidación de nuevas actividades y nuevos actores.

Finalmente, favorecer la flexibilidad. Es decir, facilitar que la empresa se organice internamente de la forma que considere más oportuna y que el trabajador organice sus tareas también autónomamente.

Es necesario ser creativos a la hora de redefinir los lugares de trabajo, los procesos organizativos y los modelos de negocio. La culpa en este caso es del robot…

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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