¿Qué le pasa a la productividad?

Economía

¿Qué le pasa a la productividad?

Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

Preocupa la desaceleración de la productividad en la mayor parte de economías. Uno de los debates académicos actuales relacionados con la economía se centra en la evolución de la productividad. Tras machacar a propios y extraños con las ventajas de las tan cacareadas como imprecisas reformas estructurales para propiciar un mejor aprovechamiento de los recursos disponibles en un país, el comportamiento actual de la productividad es decepcionante incluso en las economías más productivas o con mayor afán reformista.

Aunque a simple vista nos parezca increíble, algunos analistas afirman que el potencial disruptivo de las tecnologías digitales es inferior al previsto. Es un asunto discutible pues apenas desplazando el ángulo de visión hacia el campo de la robótica y la inteligencia artificial podemos intuir que la vida en el futuro será muy distinta a la que conocieron nuestros hijos al llegar al mundo.

Otros autores justifican la desaceleración de la productividad en la incapacidad de muchos emprendedores para transformar con éxito sus ideas de negocio en grandes empresas. Pero si bien es cierto que la dimensión empresarial otorga ventajas competitivas apreciables y frecuentemente facilita un mayor rendimiento de los factores, no son pocos los casos de pequeñas y medianas empresas con niveles de productividad apreciables y beneficios sustanciosos que no consideran la expansión orgánica necesariamente como su principal objetivo estratégico. De hecho, es en los sectores de alta tecnología donde se detecta una menor presencia de las llamadas empresas gacelas, aquellas que con pocos años de vida muestran un rápido crecimiento. ¿Estamos ante una promoción de talento emprendedor más escaso o más bien las grandes compañías del sector crecientemente restringen la competencia absorbiendo las start-ups más innovadoras?

Recientemente, el foco de atención se dirige hacia las consecuencias de la desigualdad. La respuesta a la crisis financiera mediante la devaluación interna ha conducido a un escenario de ajuste laboral, rebaja salarial y reforma de las condiciones de contratación que desincentiva un uso más eficiente de los recursos. Disponer de empleo a muy bajo coste y fácilmente reemplazable ni favorece la automatización de tareas repetitivas y de bajo valor añadido ni estimula la formación en nuevas capacidades del trabajo de menor cualificación.

Peor aún, extender la cultura de que la competitividad debe sustentarse más en la contención salarial que en la mejora de la productividad no incentiva las inversiones en I+D, tecnología o capital humano que son esenciales para un crecimiento sostenible de la actividad. En este escenario de expectativas limitadas, el empleo crece pero donde aporta menos valor. La productividad no tiene acicate alguno para mejorar sustancialmente. Y pese al aumento de ocupación el incremento salarial es inapreciable y la percepción de crisis permanece para la mayor parte de las familias. Eso sí, el grueso de las ganancias de productividad, por limitadas que sean, remunera un capital invertido que poco incentivo tiene para ser destinado a inversiones más arriesgadas.

Mientras que un cierto nivel de desigualdad puede motivar la innovación, el emprendimiento y el trabajo duro con la confianza de obtener un mayor rendimiento, una desigualdad excesiva no es necesariamente un factor beneficioso para la economía. Cuando la desigualdad procede de la restricción a la competencia, de la ausencia de igualdad de oportunidades o de la protección de algunas rentas, incluso puede ocasionar efectos dañinos. Y la productividad puede ser una de sus víctimas colaterales.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

Más información