Los jueces ‘cambian’ la agenda de Rajoy

Detrás de la cortina

Los jueces ‘cambian’ la agenda de Rajoy

La regeneración democrática vuelve a ocupar un espacio central en las negociaciones para la formación de un nuevo gobierno. Lenta, pero inexorablemente, los jueces han entrado en juego. Y la acción del poder legislativo ha cambiado el panorama, a la vez que ha lanzado un claro aviso a navegantes: las cosas no son ahora exactamente como eran. Y la primera en entenderlo quizá haya sido la infanta Cristina. La hermana del Rey Felipe seguirá ocupando su puesto en el banquillo de los acusados en el juicio oral del ‘Caso Noos’. A pesar de los esfuerzos dramáticos de la Fiscalía, que se ha situado al borde del ridículo en este asunto, la doctrina Botín no va a ser aplicada, porque, entre otras cosas, va a ser que sí, que ‘Hacienda somos todos’. O deberíamos serlo.

Se trata sin duda de una buena noticia, por mucho que las lenguas viperinas de turno y los escépticos irredentos opinen que esta reconversión inesperada de los jueces que, de pronto, parecen haber adquirido unas potentes dosis inesperadas de sentido común tiene que ver, precisamente, con la ausencia de ese poder político estable que reclama, por ejemplo, el presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy. Va a ser, según estos maledicentes que siempre hablan sin pruebas que respalden sus tesis, que sin el control político que parece haber marcado sus decisiones en los últimos años, la judicatura sí es capaz de hacer cumplir la Ley.

Y esa no ha sido la única contribución que la Justicia ha hecho esta semana en favor de la recuperación de la credibilidad de las instituciones. También está, por supuesto, la ‘macroredada’ en Valencia que ha puesto en descubierto una trama de corrupción más, ‘La Taula’ de las mil y muchas que ha engendrado en su propio seno, según parece, el PP. Cada vez resulta más evidente que este partido, con sus actuales dirigentes y sin una profunda regeneración interna, debería mantenerse alejado del poder, de cualquier clase de poder, durante una larga temporada.

Y quizá no le quede más remedio que hacerlo. Hay más noticias inquietantes para Génova, como la resolución del Supremo sobre la salida a Bolsa de Bankia que, al parecer, se realizó de una forma más que ‘peculiar’, hurtando a los inversores información fundamental. En este caso, el aviso también llega con nitidez a un sector del PSOE, entonces en el Gobierno, que amparó una operación que, a la larga, ha convertido a los españoles en ‘paganos’ de la gran fiesta de la corrupción del PP en Madrid y Valencia. Porque Caja Madrid y Bancaja, los dos pilares fundamentales de aquella fusión eran las financiadoras de todas aquellas operaciones, cuya suma, además, dejó un ‘agujero’ que hubo que tapar por medio de un duro rescate con condiciones, con dinero adelantado por Bruselas que aún hay que devolver.

Sin contar con que hay muchísimos casos más en la recámara. Simplemente demasiados, en una lista interminable en la que destacan claro, los casos Gürtel y Bárcenas que comunican directamente con posibles responsabilidades de Rajoy. Es imposible pasar página sin que rueden unas cuantas cabezas y casi todos los actores políticos implicados en las componendas y negociaciones de estos días parecen empezar a ser conscientes de que sus decisiones pueden verse cuestionadas mucho más rápido de lo que parece por una justicia sin embridar que empiece a cumplir su auténtico cometido.

El panorama hace mucho más difícil para los sectores del PSOE empeñados en derribar a Pedro Sánchez llevar a cabo sus planes. La idea de que evitar la llegada de Podemos por su presunto populismo de izquierdas sea un asunto vital para los socialistas parece perder peso. Lo mismo que las marrullerías de patio de colegio introducidas en el Congreso por esa alianza forjada contra Pablo Iglesias y los suyos que ha demostrado su utilidad para la ciudadanía situando a los diputados ‘podemitas’ en los asientos del gallinero.

Además, la posibilidad de que Albert Rivera y sus desorientados Ciudadanos apoyen un nuevo Gobierno, por activa o por pasiva, que vuelva a estar presidido por Mariano Rajoy se ha alejado un poco más esta semana. Aunque nunca conviene dar nada por hecho, porque, ya se sabe que la política hace extraños compañeros de cama.

Pero los ‘naranjas’, harían bien en pensárselo dos veces. Este partido que se confirman como la única muleta posible para mantener en pie a los protagonistas de la llamada ‘Vieja Política’ saben que lo tienen más que complicado. Por mucho que insistan en asegurar que debe hablarse con el PP, puesto que no es posible «arrinconar a un partido que consiguió siete millones de votos». Lo que es cierto, pero no le abre inmediatamente la puerta del gobierno, porque hay muchos más millones de electores que votaron para que Rajoy y sus alegres muchachos salieran de La Moncloa.

En estas condiciones, Rivera tiene mucho más difícil que antes mantener su línea roja sobre Podemos. Es obvio que la respuesta al llamado desafío territorial, ese pulso ‘soberanista’ que mantienen los independentistas catalanes no puede ser la prioridad política única de un partido que, de verdad, quiera lo mejor para «todos los españoles». De modo que, si se desplaza a un plano menos prioritario este asunto y se pone acento en lo que ahora importa más, la posibilidad de que PSOE, Podemos y Ciudadanos forjen un pacto de mínimos, para hacer posible un Gobierno que se ocupe de completar la necesaria operación limpieza, podría ser una opción más que respetable. Tan excepcional, eso sí, y limitada en el tiempo como marca el momento político español ahora.

Pero sí eso no es posible, por lo menos tiene que haber consenso en algo. Es necesario que un líder con o sin posibilidades de formar gobierno afronte el debate de investidura para que empiecen a correr los tiempos constitucionales hacia una nueva convocatoria de elecciones. Si las leyes se mantienen en suspenso y las instituciones siguen secuestradas por los intereses particulares, el descrédito acumulado ya por la clase política española puede acabar por poner en cuestión la viabilidad misma de la democracia. Alguien debería pensárselo muy seriamente.

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