El lado oscuro

Opinión

El lado oscuro

Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya

El nuevo gobierno en España deberá ofrecer una gestión mucho mejor del binomio progreso-equidad. El estruendo cesó, las elecciones llegaron y, sea cual sea la configuración final de gobierno, quienes asuman dicha responsabilidad deberán afrontar el principal reto económico del momento. Es decir, cómo evitar una salida en falso de la crisis.

El estallido de la burbuja inmobiliaria puso ante el espejo las miserias de un patrón de crecimiento con pies de barro y de mirada muy corta. Muchos se apremiaron entonces a reclamar un cambio de modelo. Pero los patrones de crecimiento económico no dependen de las declaraciones de políticos y académicos sino del sistema de incentivos predominante.

El progreso económico depende de la cantidad y calidad con que se emplean los recursos disponibles en una sociedad, de su productividad y de la eficiencia con que se combinan. No hay mucho secreto en ello pero el traje con que se vista el modelo de crecimiento estará supeditado a cómo se usen y para qué los llamados factores de producción.

El problema del costurero es que para que los recursos del país se traduzcan en crecimiento y prosperidad requeriría tanto de la destreza de una sociedad emprendedora y de un tejido empresarial innovador como también de un marco institucional adecuado.

Y en el desenlace de dicho trance los incentivos serán decisivos, porque la calidad institucional es un agente poderoso de prosperidad. Ahí radica el desafío, pues sobradas muestras hemos dado de comportamientos castizos de crony capitalism. Para entendernos, capitalismo de amiguetes.

Reivindicar calidad institucional no es sólo de hablar de respeto a la ley, de garantías jurídicas y de limitar arbitrariedades y abusos de poderes públicos e intereses privados. También es favorecer que las recompensas sean mayores para quien arriesga innovando y no para quien se enriquece a través de la corrupción y la agenda de contactos o medra gracias a posiciones artificiales de privilegio, con la complicidad o connivencia de alguna que otra administración. A nadie debería dejar pasmado que entre las huestes del lado oscuro el idioma más hablado hoy ya no sea el inglés…

Pero todavía hay más oscuridad ahí fuera. El reciente premio Nobel Angus Deaton afirma que si los ricos son los que pueden escribir todas las normas, entonces sí que tenemos un problema de verdad. No le falta razón, muchos estudios recientes muestran como la desigualdad extrema afecta negativamente el potencial de crecimiento económico porque las sociedades menos equitativas tienen menos opciones de prosperar sostenidamente.

Si el reparto de las rentas del crecimiento ya fue poco equitativo, la distribución de los costes del ajuste posterior ha sido desproporcionadamente asimétrica. Y hoy España se lleva la palma, liderando los ránquines de desigualdad en la distribución de la renta. No es suficiente con mejorar el escenario macroeconómico si la recuperación del crecimiento no viene acompañada de una mayor cohesión social.

Ampliar la distancia entre privilegiados e indigentes es un pésimo negocio y pone el germen de crisis futuras, pues una sociedad más desigual tiene menor capacidad para invertir en capital humano. Las capas sociales menos opulentas ven limitadas sus oportunidades para alcanzar una educación de calidad, ofrecer un rendimiento productivo elevado y progresar socialmente. Tampoco ayudan la segmentación laboral, el abuso del trabajo precario, el sesgo salarial entre géneros y la elevada rotación. Mitigan las penurias del desempleo pero no conducen a un futuro mejor. Los afectados suelen tener menores opciones de formación y percibir retribuciones poco acordes a su rendimiento. Y cuando el ingreso principal de un hogar procede de fuentes inestables, evadirse definitivamente del umbral de pobreza se convierte en una odisea.

Decía el maestro Yoda que si una vez tomas el sendero del lado oscuro para siempre dominará tu destino y te consumirá. Deberíamos tomar buena nota de ello.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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