El cambio llega a las urnas

Detrás de la cortina

El cambio llega a las urnas

Las elecciones autonómicas y municipales abren la puerta a la batalla final contra el bipartidismo. Nunca fue más cierto. El resultado final quizá sea lo menos importante. La irrupción de Podemos, en el panorama político hace ahora justamente un año, gracias a sus sorprendentes resultados en las elecciones europeas marcó el inicio del partido, y supuso, además, la puesta en marcha
de un proceso imparable de cambio que, como quedará finalmente demostrado, no tiene vuelta atrás.

Hasta los críticos más feroces de la formación que lidera Pablo Iglesias se ven obligados a reconocer algunos méritos a este partido. Admiten que acertaron en el diagnóstico, que pusieron el dedo en la llaga y que dejaron al descubierto las miserias de un sistema destrozado por la corrupción, con una claridad que jamás había iluminado antes el desesperanzador paisaje.

El huracán destrozó al viejo PP y forzó cambios de personas ya actitudes en el PSOE. Hasta el viejo Rey abandonó la contienda para intentar que su heredero, hoy ya en el trono, salvara la institución de la monarquía. En los últimos meses, además, el centroderecha engendró una nueva formación y un nuevo lider. Ciudadadanos y Albert Rivera que ha sumado apoyos a velocidad de crucero y ha puesto de manifiesto que, ni siquiera en los cuarteles de esa selecta minoría que se ha beneficiado de la crisis se vive con comodidad lo que está pasando.

A estas horas, cuando los colegios electorales están a punto de abrirse, lo único que queda por saber es la magnitud que alcanzará el batacazo del bipartidismo. Sea quien sea el ganador de estas elecciones por número de votos, tendrá que entrar en esquemas de reparto del poder inéditos hasta ahora. Y no le va a resultar tan fácil como en el pasado moverse en la total inmunidad a la hora de repartirse el pastel de lo público por medio del viejo sistema de los negocios en la sombra.

La disputada, y dura, campaña electoral que se ha vivido en Madrid, por ejemplo, ha mostrado la magnitud del reto. Y ha hecho emerger figuras, como la de Manuela Carmena, capaces de encarnar la nueva definición de la política a la que los ciudadanos aspiran con independencia de sus preferencias partidistas. Incluso figuras controvertidas como Esperanza Aguirre, se han visto obligadas a tomar un poco de su propia medicina y el desnudo resultante de todo ello, ha resultado muy poco favorecedor.

Además, no va a haber tregua. Mañana mismo empieza la precampaña de las próximas elecciones generales, la cita con las urnas más importante del año. Y esa presión de la que resulta imposible desembarazarse, va a condicionar toda la acción política de las nuevas corporaciones y los nuevos gobiernos autonómicos que se deciden hoy.

Así que esta vez es cierto. Sea cual sea el resultado, los electores han ganado ya. Aunque, es obvio, que hay muchas batallas parciales de las que estar pendiente en las próximas horas. Las de Madrid y Barcelona, por ejemplo. Si en las dos grandes ciudades del país el cambio se materializa porque los resultados de las urnas propician la formación de nuevas mayorías el mensaje llegara con una claridad meridiana al resto del país.

De hecho ya ha empezado a llegar. Pensemos en la capital de España, por ejemplo, desde hace muchas décadas, no existían candidatos alternativos a los que presentaba el PP, con posibilidades reales de ganar unas elecciones. Peor aún, la calidad de las figuras políticas que competían por el poder en Madrid era cada vez menor.

Los madrileños se veían obligados a soportar en sus instituciones la presencia de penosos personajes secundarios que, muchas veces, resultaban hasta patético. Bastaría con hacer un repaso de unos cuántos de ellos, con el todavía presidente de la Comunidad Ignacio González como ejemplo paradigmático, para hacerse una idea de la degradación a la que se había llegado.

Esta campaña ha sido distinta. La necesidad de ganar ha forzado al PSOE y el PP a colocar a la cabeza de las listas en Madrid a candidatos con verdadero peso político. Incluso eliminando por vías expeditivas a los viejos líderes regionales que aspiraban a volver a presentarse y amagaron con presentar batalla a sus direcciones regionales. Hasta IU, que se juega desde hace tiempo su supervivencia, ha pasado por un proceso de limpieza inesperado que finalmente quizá permita a esta coalición de izquierdas seguir en pie.

De modo que, en general, los ciudadanos deberíamos felicitarnos por haber conseguido recuperar la democracia. Al menos toda esta efervescencia que hemos vivido nos puede permitir recordar en qué consiste este sistema de gobierno y también los motivos, por los que está claro que se trata del menos malo de todos los posibles.

Por mucho que sea cierto que la política real es aquella en la que es necesario, a veces, tomar decisiones que contradicen los programas electorales, también es verdad que eso puede hacerse con limpieza, luz, taquígrafos y las explicaciones necesarias.

Más vale no dejarse engañar. Por supuesto que siempre hay otras alternativas. Desde luego que no es cierto que todos los políticos y las políticas sean iguales. Tampoco que no existan caminos alternativos para conseguir el bien común y que sea imposible forzar un cambio que se lleve por delante definitivamente todo aquello que no ha funcionado. El viento de la regeneración puede soplar tantas veces como quiera el pueblo soberano. Basta con hacer algo tan simple como votar.

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