Los socialistas se ‘suicidan’

Detrás de la cortina

Los socialistas se ‘suicidan’

François Hollande y Sigmar Gabriel se unen para liquidar la socialdemocracia en Europa. Da pena contemplar las imágenes y leer las crónicas. Enterarse de que François Hollande ha forzado una cumbre del socialismo europeo, en la que los actuales líderes socialdemócratas con responsabilidad de gobierno en el Viejo Continente, han decidido enterrar los principios ideológicos históricos de sus grupos políticos.

El presidente francés, absolutamente hundido en las encuestas, a quien corresponderá el honor de haber conseguido que la extrema derecha gala viva su mayor periodo de esplendor, ha logrado que sus ‘colegas’ apoyen al candidato conservador a presidir la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.

También, lo que sin duda es mucho peor, que renuncien a cualquier idea de luchar en Bruselas por un cambio en las líneas maestras de la política económica que pusiera fin al ‘austericidio’ alemán. No harán nada de eso. Su plan es otro.

Pretenden forjar una alianza con los conservadores para impedir que las opciones ‘antieuropeas’ que han aparecido en toda la UE y se han convertido en fuerzas emergentes gracias a los últimos comicios, les desalojen del poder.

Prefieren ser la ‘pata pequeña’ de un gobierno de coalición a luchar por un mundo más justo y solidario. Más o menos lo que ha sucedido en Alemania en los últimos tiempos, donde los socialistas de Sigmar Gabriel se han convertido en los palafreneros de Angela Merkel.

Ya no mandan ni imponen políticas. Pero están en el Gobierno. Tienen ministerios y coches oficiales y capacidad para que sus amigos sean altos cargos. Que más se puede pedir en estos tiempos en los que resulta tan complicado sobrevivir a los terremotos cuyo epicentro está en las urnas.

El SPD alemán fue el partido más poderoso de la socialdemocracia europea a finales del siglo XX, su capacidad de modernizar el mensaje socialista y de impulsar una agenda propia de solidaridad y reformas al margen del totalitarismo soviético, revitalizó a la izquierda en Occidente.

De hecho, de una u otra forma, marcó el camino que luego siguieron en toda Europa los partidos hermanos. Por supuesto, aquel PSOE de Felipe González que llegó al gobierno tras una histórica victoria electoral en 1982.

Pero también, los laboristas ingleses o los socialistas franceses. Incluso sirvió de modelo al Partido Comunista Italiano, cuando mudó de piel para convertirse en otra cosa. En ese Partido Democrático que ahora lidera el primer ministro italiano Matteo Renzi.

De eso hace ya mucho tiempo y, sin embargo, las decisiones estratégicas de los socialistas alemanes han seguido marcando el paso a sus colegas del Viejo Continente. Su pragmatismo es el espejo en el que se siguen mirando todos los demás.

En este caso, dibujando una ruta que conduce directamente hacia el abismo, hacia un precipicio que puede suponer su final como ideología capaz de nutrir a grupos políticos con capacidad para convertirse en alternativa de gobierno.

Todo empezó cuando el muy ilustre Gerhard Schröder, que, de momento ha sido el último jefe del gobierno alemán que militaba en el SPD, puso en marcha en Alemania su agenda de reformas. Fue el quien inició el desmantelamiento del estado del bienestar, que Angela Merkel, su vieja rival y ahora ferviente admiradora, ha exportado a Europa.

Schröder hizo buena aquella vieja acusación que los sectores más izquierdistas de Europa lanzaban sobre la socialdemocracia, a la que acusaban de hacer ‘el trabajo sucio’ y llegar mucho más lejos que los conservadores a la hora de legislar en contra de la ‘clase obrera’.

En realidad, el legisló en contra de la clase media. Abrió la puerta a los recortes de derechos laborales, el adelgazamiento de la protección social, el retraso de la edad de jubilación o la incertidumbre sobre el futuro de los sistemas de pensiones.

Es decir, asumió la parte más dura y desagradable del programa político de sus rivales conservadores. Algo que después hicieron también otros ilustres ‘liquidadores’ del socialismo europeo como Tony Blair o José Luis Rodríguez Zapatero, aparentemente incapaces de quitarse la camisa de fuerza del control del déficit que les han colocado las élites financieras,

En los últimos años, también han diseñado la estrategia de integrarse en coaliciones con los conservadores de la que hablábamos antes. Un esquema que si bien les convierte en grupos políticos pequeños, al menos asegura la supervivencia de sus líderes. Ya no son alternativa de gobierno, pero aún pueden ‘pillar’.

Esas coaliciones, además, son muy del agrado de los ‘poderes fácticos’, financieros y empresariales que quieren mantener el orden establecido. En ese mundo, en el que los políticos encuentran luego sus jubilaciones doradas, el papel de estos pequeños ‘partidillos’ socialistas es brillante. En esos territorios aún sirven para algo. Para asegurar mayorías ‘retrogradas’ que impidan el avance de los nuevos movimientos sociales.

Así que quién consigue estar al mando de esos partidos socialistas entregados al pacto permanente sí que se beneficia de la situación. Y sin necesidad de tener que jugársela para intentar ganar unas elecciones. La situación es tan beneficiosa y cómoda que hasta resulta lógico que los aparatos de los partidos apuesten por ella.

¿Va a ser ese el camino que tome ahora el PSOE? Mucho nos tememos que sí. A falta de saber lo que pasará tras la celebración del congreso las señales que emiten los candidatos potenciales no son buenas. Ya saben, muchas frases grandilocuentes y vacías de contenido y nada de concretar las políticas que llevarían a cabo. Mucho menos, por supuesto, de decir cómo las pondrían en práctica.

En fin, que este parece ser el destino de aquellos grandes partidos socialdemócratas que ayudaron a forjar el sueño de una Europa solidaria y unida. Inmolarse y autodestruirse para que sus ‘altos funcionarios’ puedan llevar una vida próspera y tranquila como actores secundarios, pero imprescindibles, en los gobiernos que quieren acabar con todo eso.

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