Sospechosos para Europa

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Sospechosos para Europa

Las nuevas formaciones populistas de extrema derecha despiertan más recelos en Bruselas que los incipientes movimientos sociales progresistas que también proliferan en la UE. A medida que se acercan las elecciones europeas, se va delimitando el terreno de juego en el que tendrá lugar la batalla. También empiezan a conocerse con más detalles los componentes de los equipos que van a enfrentarse y algún apunte de los programas que defenderán.

A estas alturas, por ejemplo, ya se sabe quienes serán los dos cabezas de cartel que presentarán las principales formaciones políticas del Viejo Continente, el alemán Martin Schulz que competirá por los socialistas y su oponente, el luxemburgués Jean Claude Juncker que liderará a los popullares. Una opción, esta última, que ha contado con el apoyo del presidente español Mariano Rajoy que, sin embargo, sigue mudo a la hora de revelar quién será el elegido por el PP para medirse con Elena Valenciano, la aspirante del PSOE.

Otra característica que puede observarse en este tiempo preelectoral es que, en todo el continente, arrecian las advertencias de las grandes formaciones políticas clásicas, PP y PSOE en España, sobre el peligro que supone para la UE el auge de los populismos y los nacionalismos y lo contraproducente que resultaría que las formaciones de este corte consiguieran muchos escaños gracias a un posible respaldo popular que reflejarían las urnas.

Sobre todo, dicen, en unos comicios tan decisivos com estos en los que se vota por primera vez un Parlamento que tendrá, según dicen, mucho más poder que nunca gracias a los nuevos tratados.

Lo curioso es que estos avisos se refieren siempre a las nuevas formaciones que surgen en todos los países europeos en posiciones situadas en la derecha o la extrema derecha del arco político que suelen tener en su ‘adn’ profundas y radicales conexiones con las reivindicaciones de corte identitario, bien impregnadas de una perceptible xenofobia y, por lo mismo, se definen con claridad como ‘euroescépticas’ o, incluso, directamente ‘antieuropeas’.

Sin embargo, por el momento, ni desde el centroderecha ni el centroizquierda se ha escuchado ninguna voz de alarma sobre la creciente importancia y la gran visibilidad que han adquirido los nuevos movimientos sociales y las plataformas de corte progresista. Ni siquiera aquellas en las que pudiera haber sospechas de la concurrencia de algunos elementos ‘antisistema’.

Y, ¿cuál puede ser el motivo de esta diferencia? Algunos burócratas de Bruselas y otros habitantes de la capital de la UE que se juegan su futuro en la supervivencia institucional de esta estructura supranacional han aportado ya una explicación para este fenómeno. Al fin y al cabo, estas nuevas ofertas electorales escoradas hacia la izquierda comparten un elemento diferenciador: son internacionalistas y creen en la necesidad de que exista una verdadera cohesión transfronteriza, junto con esquemas solidarios que ayuden a superar la desigualdad.

Además, han hecho bandera del mantenimiento de las actuales redes de protección social. Y, con estas señas de identidad, a pesar de que pudiera haber algunos grupos más radicales de lo conveniente, no se pone nunca en cuestión la idea de Europa. De ese ideal de continente unido y democrático que impregnaba los primeros planteamientos de los padres fundadores de la UE.

Tanto es así que hasta hay quien se atreve a decir que estas nuevas plataformas son más fieles en su bagaje ideológico a la verdadera idea de Europa que los partidos clásicos. Las grandes formaciones políticas se han dejado impregnar, de un modo u otro, por ese ‘neoliberalismo’ económico triunfante entre las élites que ha provocado el colapso de los países del sur, a base de ‘austericidios’.

Conventir el control del déficit público y la reducción de a deuda en el eje central de las políticas en un momento de crisis como este no es, precisamente, la mejor forma de ejercer el principio de solidaridad internacional que se corresponde con la propia existencia de la UE. Sobre todo, si como es el caso, estas políticas agravan la crisis y castigan duramente a las poblaciones de algunos países, condenadas al sufrimiento social.

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