…¿Y quién va a evaluar los riesgos?

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…¿Y quién va a evaluar los riesgos?

Carlos Humanes, editor de ElBoletin.com

La falta de profesionales bancarios con capacidad para gestionar el riesgo de proximidad, otro obstáculo para la recuperación económica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prosigue con la publicación de unos informes sobre España que suenan más a broma que a otra cosa. Son supuestas piezas de análisis económico llenas, como poco, de manifestaciones de dudosa congruencia. La semana pasada, sin ir más lejos, los expertos de esta institución señalaban que para animar la recuperación económica de este país es necesario algo tan obvio como que fluya el crédito.

La conclusión no aporta nada nuevo. Ya han sido multitud las instituciones académicas, las asociaciones y los gabinetes de estudios de todo tipo que han puesto de manifiesto que las pymes españolas tienen un serio problema de financiación porque se enfrentan a un escenario donde el crédito esta racionado y es caro.

Mientras, las grandes instituciones financieras se nutren de fondos públicos que les presta al 1% el Banco Central Europeo (BCE) y hacen negocio con ellos, colocándolos en buena medida en bonos soberanos para beneficiarse del diferencial de tipos de interés, a veces superior a los 300 puntos básicos. También los emplean para sanear sus balances, con lo que queda muy poco dinero disponible para distribuir entre empresas y particulares. Hasta el punto de que en las cuentas de resultados actuales de la banca se aprecia que la concesión de créditos ya no es la parte fundamental del negocio y que los beneficios sólo se consiguen ahora por medio de operaciones atípicas.

Hace tiempo que distintos portavoces procedentes del sector financiero aseguran que no se conceden préstamos porque falta una demanda de crédito de calidad. Incluso, el Instituto de Crédito Oficial (ICO) retiró una parte nada despreciable de su oferta de financiación asequible para las empresas, que distribuía a través de la red de la banca privada, en teoría por el mismo motivo. Así que hay poco dinero disponible y, además, los bancos no encuentran a quién prestárselo.

¿Es real esa situación? Para algunos conocedores del funcionamiento del sector bancario el problema es más bien otro. Por ejemplo, la falta de profesionales con capacidad para realizar una buena gestión de riesgo de proximidad. Un principio que parece olvidado por los actuales gestores de este negocio, desde que, al otro lado del Atlántico, y por enésima vez en la historia de la humanidad, alguien volvió a creer que había descubierto la piedra filosofal.

En este caso, unos mecanismos de cobertura, realizados por medio de derivados financieros, que habrían atomizado de tal modo el riesgo al trocearlo en diversas porciones y colocarlo entre múltiples instituciones que, prácticamente, lo habían hecho desaparecer. Y así surgieron en EEUU las famosas hipotecas ‘subprime’ que originaron la actual crisis económica, porque en lugar de hacer desaparecer el riesgo, la fragmentación provocó que se multiplicara casi hasta llegar al infinito.

En España, como proceso adicional y paralelo, los propios bancos, amparados por esta creencia universal de inmunidad, desmotaron esa extraordinaria estructura de seguridad que suponía para el ejercicio del negocio de la banca minorista la existencia de un nutrido grupo de directores de sucursales que sabían hacer bien las cosas. Un colectivo en el que se encuentran buena parte de esos más de 53.000 trabajadores que han salido del sector desde 2008 y que pueden llegar a suponer, según algunas estimaciones, que se pierda casi la cuarta parte del empleo disponible antes de la crisis.

Eran profesionales que conocían muy bien a su clientela y sabían valorar el riesgo y, por lo tanto, a quién prestar dinero y a quién no. Este perfil de empleado fue sustituido por una legión de jóvenes ejecutivos armados con sus dispositivos de alta tecnología con sus correspondientes programas homogeneizados de evaluación del crédito. Se sustituyó el ‘factor humano’ capaz de entender las peculiaridades de la zona y el usuario concreto del servicio por un supuesto ‘software mágico’.

En esas condiciones, con las redes devastadas de buenos profesionales, los bancos y las cajas se lanzaron a realizar esas grandes operaciones financieras que le van a costar al contribuyente español más de 100.000 millones de euros, un 10% del Producto Interior Bruto (PIB), 40.000 de ellos prestados por Europa. Y, según los últimos datos que elevan la morosidad hasta cerca del 14% de los créditos vivos, el efecto de esa época aún pervive en los balances de las entidades financieras por la vía de las ‘refinanciaciones’.

Así que, si se suma a esta situación las posibles incertidumbres derivadas de la falta de claridad de los reguladores sobre el volumen de capitalización que se les va a exigir a las entidades financieras, se llega a esa especie de parálisis en la concesión de crédito, en la que el estado de unos canales comerciales en los que, como decíamos antes, han desaparecido los expertos en ejercer esas características fundamentales del negocio que son la gestión de la confianza y la evaluación real de los riesgos, provoca una situación en qué los bancos no parecen saber a quién prestar, ni qué peticiones recibidas son solventes y cuáles deberían descartarse.

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