El frio de Bruselas

Cataluña

El frio de Bruselas

No les va a resultar fácil, no, a Carles Puigdemont y a sus exconsellers adaptarse al aburrimiento de Bruselas sin tener otra cosa que hacer.

Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat

Bruselas es la capital de Europa y, a medias, la capital de Bélgica y es unánimemente calificada de una ciudad aburrida. No es ningún desdoro para sus habitantes, personas de un nivel cultural alto y económico incluso superior, pero es la realidad. Después de las nueve de la tarde noche, que allí adquiere aspecto de amanecer, ya no hay restaurantes abiertos y el visitante que se descuida, además de no encontrar taxi en horas para ir al hotel, tiene que acostarse sin cenar.

No les va a resultar fácil, no, a Carles Puigdemont y a sus exconsellers adaptarse al aburrimiento de Bruselas sin tener otra cosa que hacer, por mucho que alardeen de estar al frente de un Gobierno que ni siquiera en el Reino de los fantasmas existe, pendientes las veinticuatro horas de cumplir las exigencias de jueces y fiscales y temerosos siempre de que aparezca una pareja de la Policía cumpliendo una orden comunitaria para detenerles cuando están entretenidos comiendo mejillones.

El domingo tuvieron una cierta suerte con el juez flamenco que les ha tocado y no les dejó entre rejas, igual que están sus compañeros de banda secesionista en España. Pero su libertad es condicional lo cual tampoco deja de resultar incordioso cuando uno se siente vigilado. Será difícil que no añoren los días de Barcelona en que tenían poder, inspiraban respeto a la Justicia y fuerzas del orden, y su futuro se hallaba despejado.

Por mucho que sus caros abogados, flamencos también, y seguramente afines, como ellos, a las ideas disgregadoras y con tics xenófobos del independentismo, se esfuercen por sacarles las castañas del fuego, es decir, por devolverles la libertad plena, las perspectivas que se les abren en el horizonte político y personal son feas. Aun en el caso probable de que la Justicia belga se desentienda, en España siempre tendrán cuentas pendientes de unas actuaciones delictivas sin ajustar.

Además que en Bruselas, y sobre todo ahora en invierno, hace mocho frio. Allí están las instituciones comunitarias, en las que el ex President quería estar con voz y voto a pesar de que muchos le avisaron de que no sería persona grata, y no parece probable que ahora que es un prófugo de la Justicia alguien le vaya a ofrecer calor político. El independentismo es lo contrario exactamente de lo que Europa precisa y la UE intenta.

Puigdemont — que no es un político de los que ven crecer la hierba -, seguramente no se había percatado de que lo que pretendía, lo que le pedía el cuerpo y lo que le imponía la CUP, no podía acabar bien. Ir contra los tiempos y enfrentarse a un Estado de derecho consolidado estaba condenado al fracaso. Ahora lo deberá estar añorando, en la soledad en que Bruselas suele sumir a los ajenos, todo lo que dejó atrás por su mala cabeza y peores compañías. Presidir un Govern en el exilio la verdad es que da risa.

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