Puigdemont en su laberinto

Cataluña

Puigdemont en su laberinto

Cambiar un suntuoso despacho en el Palau de la Generalitat por una celda en Soto del Real no debe de resultar sugerente pensando en el futuro.

Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat

Todavía nadie con conocimiento de causa y experto en psicología ha hecho un diagnóstico sobre la personalidad de Carles Puigdemont, el político gris y con cara de despistado que entre errores de cálculo, cesiones cobardes a sus verdaderos enemigos políticos y amplias dosis de fanatismo metió a Cataluña entera, y de rebote al resto de España, en una crisis sin precedente. Mientras se debate en el intrincado laberinto que él mismo ha creado a su alrededor, la preocupación no impide que de vez en cuando nos detengamos unos minutos a analizar las circunstancias esquizofrénicas en que se encuentra en estas vísperas de proclamar la independencia.

Si Dios y él mismo no lo remedian, dentro de pocas horas la autonomía catalana entrará en una situación política excepcional como consecuencia de los errores y excesos de sus gobernantes y la lógica reacción del Estado de derecho ante semejantes desafueros como el propio Puigdemont ha venido liderando. Se evaporará entre gritos de manifestantes y perderá el poder ejecutivo que ejercía y a cambio entrará en una fase compleja de investigación por parte de los tribunales sobre de las infracciones de las leyes en que haya podido incurrir. Cambiar un suntuoso despacho en el Palau de la Generalitat por una celda en Soto del Real no debe de resultar sugerente pensando en el futuro.

Quizás todavía esté en sus manos, o mejor en su dubitativa capacidad de reacción, evitarlo, aunque ya parece difícil. El principio para conseguirlo sería comparecer el jueves en el Senado y reconocer con argumentaciones imaginativas que se ha pasado con el acelerador, que no supo echar el freno y que, a partir de ahora, será bueno con las reglas de la Democracia y temeroso ante lo que determina la Constitución. Pero eso lo ha descartado. Es decir, que rechaza volver a la normalidad institucional. Otra salida que seguramente le atormentará será tirar por la calle de en medio y proclamar con toda la pompa que le exigen sus aguijoneadores privados la independencia de una república fantasmal que si algo conseguirá será más daño a todos y ninguna ventaja para nadie.

La primera alternativa sabe muy bien, y seguramente teme, que iría a costarle serios disgustos con la CUP y con sus socios de ERC que sin duda le acusarían de chaquetero, cobarde y traidor para arriba. Su laberinto lo fue armando con promesas, cesiones y buenas palabras que ahora no sabe ni puede cumplir sin suicidarse políticamente. Si por el contrario claudica, como ya parece inevitable, ante los suyos, parte de ellos no tardarán en mandarle al cuarto de los trastos inútiles, tropezará con las personas que, aunque independentistas, son sensatas y realistas que le verán como fracasado empezando por algunos miembros de su Gabinete, y muchos afiliados a su partido y que le achacarán su ruina.

Los propios medios internacionales empiezan a reaccionar tras, darse cuenta de su precipitación, recogiendo informaciones sobre el conflicto que confunden a los lectores, oyentes o espectadores. El editorial de Le Monde, el diario más prestigioso de Europa, y el artículo de Wall Street Journal de hace dos días criticando su sinrazón son muy reveladores. La crítica desde la verdad, la libertad, la justicia, la izquierda, el europeísmo y la sensatez que le propinan ambos periódicos al secesionismo en general y a Puigdemont en particular es de las que quitan el sueño y obligan a reflexionar más allá de las pancartas y los gritos de los vocingleros de guardia que hoy quizás le aclaman para mañana silbarle y volverle la espalda.

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