Las largas cambiadas de Puigdemont

Cataluña

Las largas cambiadas de Puigdemont

El president tras lidiar con los anarquistas de la CUP y los republicanos de ERC lo intenta ahora con el Gobierno español.

Carles Puidemont, presidente de la Generalitat de Cataluña

Hace unos años el Gobierno catalán, aupado por el antiespañolismo de los secesionistas, prohibió los toros en Cataluña pero, como el que tuvo retuvo, a su presidente, Carles Puigdemont, la costumbre de torear no le abandonó. La ha ejercitando muchas veces lidiando con los anarquistas de la CUP y los republicanos de ERC y ahora está reverdeciendo sus costumbres heredadas intentando, y a menudo consiguiendo, torear al Gobierno español.

Ayer mismo exhibió en su afán por ensayar nuevos pasen en la lidia política, la última de una suerte de largas cambiadas, sorteando de un lado las cornadas de sus socios, y sin embargo enemigos, y de otro el cumplimiento de las leyes que en buena medida se han dado sus conciudadanos y conmilitantes de la burguesía local. La carta que dirigió al presidente Rajoy después de los tiras y aflojas de los últimos días no puede decirse que haya sorprendido a nadie.

Quien más quien menos esperaba una respuesta así, entre el sí, el no y todo lo contrario. Es una respuesta un poco indignante, primero por las mentiras que una vez más ensarta en letra impresa, y segundo porque en su globalidad tal parece que intenta dejar patente que los que no pensamos como él ni comulgamos con sus falsedades, somos tontos. Mal asunto para encontrarle solución reposada al problema con el que no duda en enfrentar a los catalanes en su convivencia.

El juego de las palabras que maneja, entre los conceptos negociación y mediación, es evidente que es un brindis al sol ante cierta opinión pública, no tanto la suya sino a la vulnerable a los efectos plásticos y acústicos, como la que sigue dócilmente a la verborrea de Pablo Iglesias, y sobre todo, la internacional a la que sus hábiles comunicadores han imbuido de fe en creencias más que discutibles, como la brutalidad policial o el encarcelamiento de políticos.

El Gobierno y sus respaldos políticos esta vez no se han dejado conmover por las melifluas palabras y tenues reproches del President que avanzará sin forzar la marcha en la aplicación del artículo 155 de la Constitución que privará al Govern secesionista de algunas de sus competencias. Nada grave ni eterno si los afectados no se empeñan en seguir provocando, en seguir intoxicando y en seguir creando disturbios en la calle, aparte de daños graves en la economía.

Con todo, en el espectáculo que Puigdemont está dando con sus capotazos hay un detalle que, además de resultar curioso, no debe ser desdeñado a la hora de auscultar las posibilidades de encontrar una salida lo más rápida, pacífica y efectiva posible. El President, recién caído del caballo a lo que parece, reconoce por fin que no ha declarado la independencia, algo que estaba en duda después de escucharle proclamarla y aplazarla de una misma y genial tacada.

Cuando el Gobierno le preguntó si era cierto, se había negado a contestar. Pero se ve que lo pensó y ahora intenta negarlo de manera ridícula pero clara. No hubo proclamación de independencia, sólo intenciones, lo cual no será óbice para que desde el Estado de derecho se movilicen los recursos para impedirla. Puigdemont, después de este gesto, que entre los suyos quizás no le salga gratis, debería seguir adelante y convocar elecciones para que sean otros interlocutores los que arreglen su desaguisado.

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