Tercermundizar Cataluña

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Tercermundizar Cataluña

El espectáculo ofrecido el domingo al mundo, es bochornoso tanto por lo que mostraron las pantallas de la televisión como por la incapacidad de unos políticos para evitarlo.

Mesa electoral del referéndum de Cataluña

Cataluña siempre fue una región abierta a la modernidad pero de pronto parece haberse convertido al tercermundismo que todos los países subdesarrollados quieren abandonar. El proceso secesionista que el nacionalismo radical se ha empeñado en consumar a golpe de imposiciones fraudulentas está arruinando la economía. Pero la economía con ser importante no lo es todo, y el independentismo, de consumar sus objetivos, también arrastraría a la sociedad catalana hacia otros desastres muy difíciles de prever. Uno de ellos la fractura y degradación de sus habitantes.

Todo el proceso ha seguido pautas de actuación carentes del respeto a la democracia, a las leyes y a la seriedad y el rigor que caracterizan al poso histórico y cultural de los países europeos. Las chapuzas pseudo legislativas impuestas en la Cámara autonómica para intentar justificar lo injustificable, y más que injustificable delictivo, son verdaderamente sonrojantes. Y el espectáculo ofrecido el domingo al mundo, bochornoso tanto por lo que mostraron las pantallas de la televisión como por la incapacidad de unos políticos para evitarlo.

Mientras se prolongue la angustiosa espera para ver lo que ocurre en las próximas horas y días, la imagen tercermundista se acentúa incluso en la aritmética electoral con que sus promotores están alardeando las cifras del referéndum ilegal, y realizado a medias, del domingo. Son datos que si no se tratase de algo tan serio provocarían risa y no evitan la vergüenza ajena. Votó menos de una tercera parte del censo y ganó el sí, como era previsible, por un ¡90,09 porciento! Ni en la Rumanía de Ceaucescu ni en la dictadura de Franco se registraban tan abrumadores éxitos.

Es evidente que la inmensa mayor parte de los ciudadanos se quedaron en sus casas digiriendo la preocupación lógica que estaba provocando el exaltado ambiente de las calles. Más de doscientos mil que acudieron a las erráticas e improvisadas urnas chinas con las que los voluntarios encargados de garantizar la “neutralidad” de las mesas jugaron al gato y al ratón con las fuerzas del orden público, votaron que no, en blanco o depositaron votos nulos. Apenas un diez por ciento.

Es decir, que con poco más de dos millones de apoyo sobre un total de más de siete, Puigdemont, Junqueras y Forcadell, apenas con una mayoría exigua y dispar en el parlamento autonómico pretenden nada menos que proclamar la independencia de manera unilateral y convertirse en un Estado aislado en el ámbito internacional. Ni siquiera a la hora de contar los votos emitidos sin garantía y registrados a voleo los fanáticos del soberanismo y el antiespañolismo visceral han tenido la picardía de ofrecer unos resultados que disimulen mejor el chanchullo. Los que están mostrando da la impresión de que sólo pretenden rivalizar con los obtenidos la pasada semana en el referéndum del Kurdistán.

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