Guerra entre policías

Atentado en Barcelona

Guerra entre policías

Las fuerzas del Estado han lanzado veladas acusaciones sobre los fallos en la prevención de los atentados en Cataluña.

Mossos d'Esquadra

Lo que menos interesa a los ciudadanos que viven con miedo la amenaza yihadista es que los cuerpos de seguridad encargados de combatirla entren en alguna de sus frecuentes disputas internas fruto a veces de la competencia a la hora de resolver los problemas o consecuencia también del afán de protagonismo que suele despertar la solución de los casos. Está más que demostrado que los encargados de velar por el orden público son más eficaces en el cumplimiento de su misión cuanto más coordinadamente actúen. Y con piquillas o enfrentados, menos.

En las primeras horas del atentado de Barcelona se aseguró, quizás con la boca pequeña pero de manera comprensible y hasta elogiosa, que la coordinación entre los Mossos dÉsquadra, la Guardia Civil y la Policía Nacional había sido muy buena. Pero no tardarían en escucharse voces que demuestran lo contrario. Las fuerzas del Estado enseguida han lanzado veladas acusaciones sobre los fallos en la prevención que permitieron que los terroristas consiguieran una buena parte de sus objetivos sin demasiado tacto en el compañerismo.

Y los Mossos se molestaron. Y es lógico porque a nadie le gusta que por su culpa o negligencia murieron quince personas aplastadas por una furgoneta. Pero, suscitada ya la polémica, también hay que decir que inspirados o inducidos por una jefatura que no disimula su intención lamentable de capitalizar su protagonismo en beneficio del independentismo, repasando bien lo ocurrido lo mejor que se puede decir es que están desaprovechando una oportunidad excelente para estar callados.

Han hecho un buen trabajo en los primeros momentos y en los que siguieron al atentado y a la liquidación o captura de sus autores, eso es evidente, pero también lo es el fallo en la prevención, estando como estaban avisados de las amenazas, y debiendo haber controlado y desarticulado a los autores deja pocas dudas. Sólo el hecho de que un imán con antecedentes abundantes y moviéndose como se movía por países con conocida presencia de yihadistas no haya sido vigilado y detenido con las manos en la masa, es suficiente para que quede como un borrón en la historia de la policía autónoma catalana.

Nunca se puede decir que los atentados son evitables plenamente. Pero empezando porque Barcelona era una de las escasas ciudades importantes europeas que no había protegido las aceras y lugares más concurridos, son muchos, no uno sólo, los detalles que llegado el momento de analizar los hechos con serenidad inducen a formular algunas críticas que más que debatirlas a la defensiva deberían servir como autocensura y lección y experiencia para el futuro.

Que doce personas potencialmente sospechosas a la vista de lo que ha ocurrido en otros muchos lugares encabezadas por un imán de trayectoria más que dudosa hayan estado reuniéndose en una furgoneta o trabajando en la preparación de explosivos a lo largo de un año en la mayor impunidad, haciendo oídos sordos a advertencias y a coincidencias más que chocantes, puede merecer disculpas del ciudadano – todos tenemos derecho a equivocarnos – pero no de los responsables de tantos fallos.

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