El cónsul bocazas

Opinión

El cónsul bocazas

Nadie debería mofarse de los acentos de los demás ni siquiera antes mirarse en el espejo o de grabar y escuchar sus propias palabras.

Enrique Sardá Valls

Casi nadie fuera de su familia y de la carrera diplomática había oído hablar del Enrique Sardá Valls, hasta hace unas horas cónsul general de España en Washington: un puesto muy importante de representación, como cualquiera puede imaginarse pero de pronto ha adquirido niveles muy altos de poca envidiable popularidad. No es fácil llegara un cargo así, cónsul general en Washington, y una vez conseguido, el señor Sardá Valls, lo echó por la borda demostrando que sus filias, fobias o bromas sin gracia desvirtúan sus responsabilidades que en este caso no eran pequeñas.

El señor Sardá Valls, que cobra mensualmente sueldo y gastos del fondo de los impuestos que pagamos todos, tenía como misión atender los asuntos relacionados con la colonia española que reside en la capital de Estados Unidos. Para él todos los españoles tendríamos que ser iguales y a todos debería por menos respetarnos por igual. Pero concretamente con la presidenta de la Comunidad de Andalucía, Susana Díaz, que por lo que se deduce ni la conoce ni le cae bien, lo que hizo fue mofarse de manera burda y absurda, sin venir a cuento y sin razón alguna.

Y mofarse por escrito y por algo muy normal en cada ciudadano en función de su origen territorial: tratando de imitarla en las redes, con faltas de ortografía incluidas, despectivamente por su acento fonético sevillano. Como si alguno de los españoles – igual que les ocurre a la inmensa mayor parte de los habitantes del Planeta – no hablásemos con el distintivo fonético y hasta gramatical de la región donde nacimos y donde nos educamos (paréntesis, en algún caso lo de educado es un decir).

Nadie debería mofarse de los acentos de los demás ni siquiera antes mirarse en el espejo o de grabar y escuchar sus propias palabras. Los humoristas imitan con frecuencia los acentos, gallego, vasco, aragonés, andaluz, catalán, canario, etcétera pero, aparte que al humor y la ironía se le permite un margen más amplio, lo hacen con respeto y hasta con simpatía y gracia lo cual contribuye a conocernos mejor y a respetarnos más. Nunca me molestó que imitasen mi acento asturiano ni mucho menos el acelerado ritmo particular con que me expreso.

Pero es intolerable en cambio que eso lo haga un funcionario público, un representante de los derechos e intereses de todos los conciudadanos, sin distinciones, más concretamente un encargado de defenderlos llegado el caso, y una persona que por las mismas razones debería respetar no sólo la ideología, la religión o el aspecto físico de los demás, incluida su forma de vestir, que es algo que también corresponde a la libertad y el criterio de cada cual.

La actitud del señor Sardá es verdaderamente lamentable y en la opinión de muchos intolerable. El ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, que en los meses que lleva en el cargo ha venido demostrado seriedad y competencia, no ha dudado en destituirle de manera fulminante. Quizás esta decisión del señor Dastis sirva de ejemplo para que todos aprendamos a respetar a los demás incluidos por supuesto los que no nos caen particularmente simpáticos ni su acento suena bien a nuestros oidos.

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