Turismo para hoy, hambre para mañana

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Turismo para hoy, hambre para mañana

Que nadie ose criticar nuestra forma de hipotecar el país a cambio de contratos temporales y empleos mal pagados de sol a sol.

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Hace una semana un camarero de un bar de costa me confesó que andaba un poco perdido con las comandas. Estaba cansado. Casi comenzaba agosto, y llevaba sin descansar ni un día desde que comenzó la época turística fuerte, a mitad de mayo. Continuaría dando almuerzos y cenas a jornada partida todos los días de la semana hasta septiembre. “Así es hacer la temporada. Pero luego vendrá la aceituna, y luego otra cosa”.

La última EPA descorchó la euforia en el Ministerio de Empleo con casi 350.000 nuevos asalariados en el mercado laboral. Pero tres cuartas partes de esos contratos eran temporales. Y aunque se espera que este año España recupere el PIB previo a la crisis, lo hará remolcada por el nuevo ladrillo y la explosión turística de las capitales, el Mediterráneo y Baleares, dejando atrás zonas sin sol, con menos tejido urbano y poblaciones más envejecidas, como Asturias o Cantabria.

Que nadie toque a nuestra gallina de los huevos de oro, entonces. Aunque esa gallina pague mal y fraudulentamente: según un estudio de finales de 2016, los camareros en Barcelona aspiran a un sueldo de 15.000 euros. Es la mitad que el salario medio, que asciende a 29.000. Pero es que la retribución media en hostelería a nivel estatal no alcanza los 14.000 euros anuales, en un sector con las peores condiciones laborales en cuanto a horarios, jornadas o descansos sobre muchos otros empleos. No obstante, es y seguirá siendo una porción clave de la economía española, y no merece un análisis de todo o nada.

Los actos vandálicos de un grupo de la órbita de las CUP contra símbolos turísticos en Barcelona ilustran bien qué tipo de debate somos capaces de permitirnos: ninguno. Todos contra ellos. Nada que discutir con malvados vástagos que pisotean la dorada cosecha que nos dará de comer todo un año.

Es obvio que no se debe responder a la violencia con más de lo mismo. Pero podemos admitir que potenciar sin límite una actividad que priva a los ciudadanos de sus espacios más ricos (social, cultural y económicamente), hipotecándolos a corto plazo para alimentar una burbuja de precios que pronto explotará, también es una forma de ejercer violencia.

¿La recuperación era trabajar medio año de sol a sol por un sueldo mínimo y un contrato (si tienes suerte) que nunca cubre todas las horas de trabajo, sin continuidad y con la maleta a cuestas? ¿El crecimiento era malvender los espacios urbanos y de costa con sus respectivos recursos, llevarlos al límite de su capacidad, solo para comer mañana? ¿Qué se nos ocurrirá el día que Túnez, Egipto o Turquía recuperen los niveles de seguridad aptos para recuperar su flujo turístico de hace unos años y relanzarlo hasta el infinito? ¿Qué pasará cuando nos cansemos de jugar a los bares?

Tendremos que comernos entonces las sillas y mesas de nuestros miles de veladores, los autobuses turísticos, los platos precocinados que ofrecemos a los turistas en el centro de las capitales y probablemente a más de un camarero, o incluso a más de un millón.

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