Cualquiera puede ser terrorista

Terrorismo yihadista

Cualquiera puede ser terrorista

Siempre ha habido terrorismo pero nunca tan sádico e incontrolado.

Policía de Inglaterra

El nuevo atentado cometido en Londres, pasará bastante inadvertido por sus efectos – un muerto y seis heridos, un balance siempre triste y lamentable — pero en espera de que se aclare su autoría, se vuelve más importante por la constatación que deja detrás: a estas alturas de la ofensiva yihadista contra Occidente cualquiera puede ser un terrorista. Un fanático, entre tantos como parece que existen en torno al Islán, al volante de un coche de aspecto insignificante no necesita especializarse en la construcción de bombas caseras ni en la utilización de armas de fuego para matar y sembrar el pánico.

Basta, por lo que se deduce, querer matar a quienes consideran que no comparten sus creencias y que eso les confiere derecho divino para exterminarlos. Estamos ante una situación desconcertante y dramática. Este es un enemigo anónimo entremezclado entre la gente normal, sus víctimas propiciatorias, al que le sirve cualquier objeto para matar y cualquier ser humano para asesinar. Un enemigo contra el que no se ve la forma de actuar con la urgencia y la contundencia que el derecho a la propia supervivencia imponen.

Siempre ha habido terrorismo pero nunca tan sádico e incontrolado. Para empezar, es un terrorismo cuyos autores lo practican dispuestos a ser sus primeras víctimas. Y en segundo lugar, porque no se puede combatir ni con sus mismas armas ni con sus contrargumentos. Antes al contrario, la defensa de la libertad y la convivencia que son nuestro baluarte es para los fanáticos la justificación para atacarnos por la espalda.

La guerra que muchos consideran ya como la Tercera Mundial es muy desigual. Los atacados ternemos en la práctica la fuerza de las ideas y hasta de las armas, pero los atacantes cuentan con el poder de la obnubilación agresiva y suicida que mantienen latente en espera de una oportunidad para ejercerla. A las sociedades libres apenas les queda la suerte y la protección de las fuerzas de seguridad, pero la realidad demuestra que es insuficiente. Estamos inmersos en un conflicto en el que ni el recurso militar, ni político ni diplomático ofrecen esperanzas de ponerle fin.

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