El PSOE avanza imparable hacia su implosión

Detrás de la cortina

El PSOE avanza imparable hacia su implosión

Rafael Alba

La previsible decisión del Comité Federal de facilitar la investidura de Mariano Rajoy acentúa la crisis del viejo partido del puño y la rosa. Si las previsiones mayoritarias se cumplen y los vaticinios de los analistas políticos son acertados en esta ocasión, los amotinados que han tomado el poder en el PSOE y derrotado al antiguo secretario general Pedro Sánchez, cumplirán su propósito y facilitarán la investidura de Mariano Rajoy. O lo que es lo mismo. Convertirán en presidente del Gobierno al líder del PP, el partido del que pretenden ser la alternativa, cuyas políticas han castigado duramente a la población española y puesto en peligro el estado del bienestar y que se encuentra en un momento muy delicado, tras haber perdido casi tres millones de votos en dos años. Un partido que, además, parece incapaz de superar la multitud de casos de corrupción que algunos de sus dirigentes y militantes más destacados han protagonizado ininterrumpidamente en las últimas dos décadas.
 
Al hacerlo, es posible que alguna de las federaciones socialistas, la andaluza, por ejemplo, soluciones sus problemas más acuciantes como ese acoso judicial propiciado por el caso de los ERE que, muy probablemente, se encuentra en la base de todos los movimientos que se han producido en las últimas semanas dentro de ese PSOE dividido y derrotado que avanza, casi irremisiblemente hacia su implosión por culpa, o eso parece, de los intereses individuales de algunos de sus lideres políticos. Los actuales y los históricos. Aunque también, podría suceder que tirios y troyanos encontraran la cuadratura del círculo. Esa fórmula mágica, que ahora no parece fácil de ‘fabricar’ que facilitará, al menos a medio plazo, la resurrección de una formación política que, de momento, parece tener un futuro bastante negro.
 
También parece evidente que ese pequeño clavo ardiendo, del que hablábamos antes, pasa por la escenificación de las actuales disidencias internas en sede parlamentaria. Si, tal y como parecen querer los partidarios de Susana Díaz, sería aspirante a dirigir en el futuro un PSOE irrelevante y sin espacio político, todos los diputados del partido votan los mismo, es decir, se abstienen. La posibilidad de que Rajoy y los Ciudadanos de Albert Rivera le roben votantes por la derecha mientras que Pablo Iglesias y las huestes de Unidos Podemos hagan lo propio por la izquierda será mayor. Sobre todo, porque conviene no engañarse. Si Rajoy deja de ser un presidente interino y se mantiene en La Moncloa ya con todos sus poderes restaurados, los socialistas se van a pasar toda la legislatura haciendo el tancredo y facilitando, una vez sí y otra también, la aplicación por parte de esa mayoría de gobierno supuestamente débil en la que va a apoyarse el político gallego de medidas que irán en contra de su base electoral y que ahondarán más aún la fractura social que ya se ha producido en los próximos años.
 
Sólo si es perfectamente visible que existen personas dentro del partido capaces de resistir la actual presión y que llevan adelante su rechazo a entregar el gobierno al PP, puede que consiga evitarse en parte la fuga de votantes que se anuncia en el horizonte. Esa amenaza permanente del que el PSOE acabe convertido en una copia de segunda generación del golpeado Pasok griego. Los antecedentes históricos son claros y no hace falta buscarlos en las lejanas tierras helenas. Los ejemplos están aquí mismo. En España. Uno de ellos, pesa sustancialmente sobre Patxi López, un dirigente histórico alineado ahora con el no, que sabe de primera mano lo caro que le ha costado al socialismo vasco que el llegara a ser presidente de Euskadi gracias al apoyo del PP. Desde entonces, incluso antes de la aparición en escena de Podemos, el PSOE, un partido con gran predicamento siempre hasta ahora en aquella comunidad no ha vuelto a levantar cabeza allí.
 
Y ni siquiera es el único caso. También los socialistas madrileños tienen alguna experiencia en estos asuntos de facilitar incluso con una ‘abstención técnica’ la llegada al gobierno del PP. ¿Recuerdan el caso de Tamayo y Saéz? Esos dos diputados ‘traidores’ que facilitaron la llegada al Gobierno de Madrid de una Esperanza Aguirre que encabezaba la listas más votada de aquellas elecciones, pero que no tenía suficientes votos en la Asamblea para ser elegida lo que iba a permitir a Rafael Simancas, el candidato socialista, convertirse en presidente de la Comunidad de la mano de IU. A falta de saber cuáles fueron los verdaderos motivos del espectacular cambio de chaqueta de protagonizado por los dos diputados tránsfugas, si podemos recordar los argumentos que exhibieron. Sospechosamente parecidos, por cierto al argumentario de los abstencionistas de ahora. Tamayo y Sáez votaban contra su partido y contra todo aquello que el PSOE había prometido en campaña para evitar la llegada al poder de una peligrosa coalición en la que los socialistas verían su acción de gobierno dirigida por un grupo de izquierdistas radicales. ¿Les suena? Pues eso.
 
¿Alguien se cree que los mismos diputados socialistas que habrían investido a Rajoy con un voto homogéneo iban a poder bloquear un próximo proyecto presupuestario que incluyera los recortes que exige Bruselas? Recortes que, y conviene recordarlo, sólo serán necesarios como consecuencia de las bajadas de impuestos de carácter electoralista que el PP aplicó en la pasada legislatura en ese intento desesperado de salvar los muebles y mantener el poder que está a punto de culminar con éxito. Lo que parece más probable, al menos, según la opinión de muchos analistas políticos, es que esas mismas razones de responsabilidad de Estado que se exhiben ahora vuelvan a estar sobre la mesas en cada momento decisivo de la legislatura y que, todas y cada una de las veces, los socialistas se vean obligados a volver a hacer el ridículo, como va a suceder ahora. Sobre todo, si las fuerzas vivas que ocupan ahora los puestos más altos de la jerarquía del partido maniobran de nuevo para aplazar una y otra vez el momento en que la militancia tenga que pronunciarse por fin en ese Congreso fratricida que algún día, no sabemos cuando, tendrá que celebrarse.
 
No parece ahora que Susana Díaz y los suyos vayan a soltar las riendas del desnortado carruaje hasta que tengan la completa certeza de que podrían consolidarse en el poder en el caso de que se celebrara un eventual cónclave. Por si el ahora derrotado Pedro Sánchez rearma a su ejército y regresa victorioso sobre las ruinas de ese partido avergonzado, humillado y ofendido que van a dejar sobre el terreno ese equipo de barones conspiradores reunidos, según se cuenta en muchos confidenciales de Internet por Prisa y Felipe González para realizar esta operación traicionera, ese asonada que, como dijo Josep Borrell que algo sabe de esto, de ser un golpe de estado habría sido organizado por un sargento chusquero.
 
Por eso, los seguidores de la presidenta andaluza han amenazado a sus ‘enemigos’ de dentro del partido con las siete plagas de Egipto, aparentemente previstas en los estatutos, a aquellos diputados que decidan desobedecer las órdenes del Comité Federal del partido y finalmente mantengan su voto negativo a la investidura de Rajoy. Pero, ¿de verdad iban a poder hacerlo? ¿Se atreverían los obedientes miembros de esa gestora en la que manda teóricamente el presidente asturiano Javier Fernández a expulsar del grupo parlamentario a los díscolos? Muchos dudan de que esa posibilidad llegue a materializarse. Más que nada porque sería ponerle nombre y apellidos al grupo disidente y entregarles un montón de armamento para esa batalla congresual que tiene que llegar por mucho que se aplace.
 
Así que esa sangre no llegará a ese río y, previsiblemente, los diputados del PSC y los de las federaciones vasca y balear mantengan su actual posición y rechazen la investidura de Rajoy sin que nadie se atreva luego a tocarles un pelo. Esas son bajas descontadas desde el principio por las huestes de la presidenta andaluza. Lo malo no es eso. La verdadera amenaza es que haya unos cuantos diputados de otras federaciones que se sumen a este grupo y que el número de disidentes supere, pongamos por caso la veintena. Entonces, probablemente, a la gestora le iba a resultar muy complicado mantener aplazado ‘sine die’ el congreso fratricida. Al menos si no quiere correr el riesgo de propiciar una escisión. Posibilidad, por cierto, que no debería ser descartada ya a estas alturas del partido.
 
Y como ha recordado estos días un veterano columnista que ha realizado la mayor parte de su carrera, precisamente en el grupo Prisa, esa es la única cuestión que queda por desvelar una vez que ya sabemos que Rajoy va a gobernar sí o sí a partir de la próxima semana. Si el PSOE va a permanecer unido, y dirigido de nuevo por alguien que ocupe su secretaria general con un amplio consenso interno o si, además de implosionar va a quedar partido en dos. Por cierto que, además, este mismo columnista, que ha admitido siempre haber sido partidario de la abstención, también ha mandado un curioso recado a quien corresponda. Ese hipotético nuevo jefe de filas socialista ni podría ser Pedro Sánchez ni ninguno de los actuales barones porque, en su opinión, todos han quedado descalificados al propiciar esta reyerta navajera que estamos presenciado últimamente.
 
 

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