Haití, el país de las desgracias

Huracán Matthew

Haití, el país de las desgracias

Diego Carcedo

Todo el mundo está pendiente estos días del ciclón Matthew a su paso por Florida, pero nos olvidamos del desastre que ya ha causado a su paso por Haití. Todo el mundo está pendiente estos días  del ciclón Matthew a su paso por Florida, y no es de extrañar porque sus efectos pueden ser dramáticos. Pero mientras tanto, nos olvidamos del desastre que ya ha causado a su paso por Haití, donde se cebó con mayor virulencia, y donde las estructuras y sistemas de protección ante semejantes catástrofes son infinitamente menores que en cualquier rincón norteamericano. De momento ya van contabilizados alrededor de trescientos muertos, el doble de heridos y cuatro veces el número de afectados.
 
Nuevamente en Haití, el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, las desgracias se ensañan con los que menos tienen: el ochenta por ciento de sus diez millones de habitantes viven en la pobreza. No tiene suerte con sus dirigentes ni cuenta con la ayuda  de los Estados Unidos, su vecino rico y poderoso que no le confiere interés estratégico  e incluso le disputa la soberanía de una pequeña isla. Su clima, realmente insoportable, tampoco favorece el desarrollo turístico que es a primera vista su única vía de desarrollo.
 
Todavía aquella sufrida sociedad no se ha repuesto de los efectos destructivos del terremoto que hace cinco  años y medio devastó una gran parte del país y lo sembró con trescientos mil cadáveres. Muchos millares de familias siguen viviendo en chabolas y tiendas de campaña desde entonces. Y la escasez de medidas y servicios sanitarios complica la situación con frecuentes epidemias que la Organización Mundial de la Salud se ve impotente para remediar. Los haitianos son gente amable y sobre todo, resignada.
                  
Ven la prosperidad y el bienestar social muy cerca y llevan el contraste con sus penurias con asombrosa resignación. La ilusión de muchos es conseguir emigrar a los Estados Unidos donde les esperan los trabajos más desagradables y peor pagados, pero entrar en los Estados Unidos no es fácil; antes al contrario. En los últimos tiempos la democracia semipresidencialista haitiana, con múltiples deficiencias, es su sistema de Gobierno, pero los gobernantes, unos mejores y otros peores, se muestran invariablemente impotentes para lograr mejoras.
                  
La herencia que dejaron los Duvalier, padre e hijo, con una terrible represión ejercida por los sádicos “Tonton Macouts”, no se ha borrado. Mientras los restos de aquella organización parapolicial y siniestra siguen sembrando terror en algunas regiones, en otros lugares reina la delincuencia  que  provoca  la desesperación ante  el hambre y la miseria. La dramática realidad haitiana cobra cierta atención en la prensa ante cada una de las catástrofes a que parece predestinada, pero se olvida pronto.
                  
Haití es sin duda el país más castigado por las desgracias y también el más castigado por la falta de solidaridad internacional. Las organizaciones de caridad,  como la española Mensajeros de la Paz que dirige el Padre Ángel, hacen lo que pueden por ayudar a los más necesitados. Pero los más necesitados son casi todos los habitantes de aquella parte de la Isla – compartida con la República Dominicana – que en su momento fue apodada La Española.

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