Esquelas delatoras

Sociedad

Esquelas delatoras

Diego Carcedo

La infidelidad conyugal está visto que no tiene remedio. La infidelidad conyugal está visto que no tiene remedio. Hasta en los países salvajes donde las esposas que echan una cana al aire lo pagan a pedrada limpia, la tentación sigue triunfando y los cuernos pugnan por nacer y desarrollarse. Hay infidelidades dramáticas en su desenlace pero otras resisten años y años y acaban en el ataúd de los restos del culpable. A Leroy Black, un respetable ciudadano de 55 años, residente en Egg Harbor, un pequeño y pacífico pueblo de New Jersey (en los Estados Unidos, claro, que es donde más pasan estas cosas), el secreto de sus escarceos extra conyugales le acompañó hasta la tumba, pero sólo hasta la tumba.
 
Cuando los familiares, encabezados por su legítima esposa, y amigos abandonaron llorosos el cementerio, la paz del duelo se vio alterada de repente cuando alguien abrió el periódico local y se dio de bruces con dos esquelas en la misma página, con la misma foto del difunto, iguales en todo menos en el nombre de la dolorida mujer que las había encargado: su cónyuge de toda la vida, Bearetta Harrison, una, y su amante de casi tantos años, Princess Halk, la otra. Ambas se declaraban igualmente compungidas aunque la pena sólo duró hasta el momento en que pasó a convertirse en rabia.
 
Leroy parece que se salvó durante más de una década de los engorros propios del descubrimiento de una doble vida llevada con magistral discreción. El problema fue para las dos viudas a quienes para conocer la verdad tuvieron que pagar los costes de la esquela detalle que lejos de permitirles poder sufrir su dolor en paz y recibir las condolencias con orgullo, de pronto se transformase en ataques de irá, amenazas ya de venganza imposible y odio recíproco a la contraria de tanta frustración y vergüenza sin siquiera haber tenido siquiera oportunidad de haberse conocido y odiado a su debido tiempo.

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