Dead calm

Brexit

Dead calm

Josep Lladós

¿Por qué los mercados financieros cotizan al alza el desconcierto post-referéndum? Mientras se dirime cuando y quien apretará (o no) el botón del pánico del Artículo 50 del Tratado de Lisboa, que dará inicio a la cuenta atrás para la negociación del reparto de costes del Brexit, los mercados financieros siguen dando su veredicto.

Cuando los inversores perciben que el escenario de riesgo puede cambiar, actúan prestos para proteger sus intereses. Se les acusa de sobrerreaccionar pues sus decisiones se toman frecuentemente más a partir de las expectativas de lo que puede acontecer que no como resultado de la información económica existente. Pero es muy comprensible, pues pocas constataciones más certeras hay en el mundo de las finanzas que el célebre tonto el último…

Muchos agentes e intermediarios financieros tenían previstos sus planes de contingencia en el improbable caso de que el referéndum arrojara un resultado desfavorable a la continuidad del Reino Unido en la UE. Antes de la apertura del mercado, acudieron raudos a sentarse ante sus pantallas de ordenador para introducir las órdenes de venta de los activos nominados en libras esterlinas, induciendo una caída profunda de los mercados de valores, depreciando considerablemente el valor de la libra y contagiando el resto de bolsas europeas, que todavía no se han repuesto del batacazo.

No es el caso, sin embargo, de la bolsa de Londres. Una semana después del referéndum, su índice cotiza por encima de los valores previos al Independence Day, ante la mirada pasmada de muchos pequeños inversores. ¿Qué ha acontecido? Aunque la incertidumbre es el peor enemigo de las inversiones financieras y la situación política de Downing Street dista mucho de ser estable, la renovada apuesta por los valores británicos se justifica porque ahora la contienda se dirime en el corto plazo.

Del descalabro financiero sólo persiste el recorte del rating de la deuda soberana y una apreciable depreciación de la libra esterlina. El aperitivo de la bestia. Tras el referéndum, el Reino Unido sigue en la Unión Europea, el Parlamento parece poco proclive de momento a invocar el susodicho artículo 50 y los productos y servicios británicos son ahora más competitivos en el mercado internacional. Y como, hasta nueva orden, todavía continúan en el mercado único, las empresas con inversores en las economías de la Eurozona tienen la oportunidad de repatriar beneficios que ahora serán más jugosos, pues el euro se ha revalorizado más de un 8% frente a la libra. De ahí el renovado interés en la bolsa londinense.

¿Y los efectos económicos negativos? Indudablemente llegarán, sobre todo si se concreta la comunicación oficial del deseo de abandonar la unión. Pero pese a que las devaluaciones de tipo de cambio tienen riesgos en forma de mayor inflación en las economías más abiertas y dependientes del exterior (como es el caso del Reino Unido), los mercados perciben que la autoridad monetaria (el Banco de Inglaterra) hará lo necesario para garantizar la estabilidad financiera. Bien sea reduciendo los tipos de interés a cero, reforzando su programa de compras de deuda soberana y otros activos financieros o incluso inyectando liquidez en las entidades proveedores de crédito. Llega la calma, pero no como una pausa inducida para meditar sobre los errores del pasado y los desafíos del futuro, sino como una quietud turbadora. Es chicha, pero puede durar muchas lunas.

Probablemente acabemos explorando una nueva senda en este territorio ignoto por el que transitamos. Mark Carney y sus colegas del Bank of England impulsarán una política monetaria muy expansiva cuando hay riesgo palpable de más inflación. Lo peor es que, entre tanto afán monetario expansivo, los mercados descuentan un período muy largo de tipos de interés nulos e incluso negativos, sin atender que su carácter es insostenible. No hay amenaza mayor para la estabilidad de muchas entidades financieras, de seguros, análisis de riesgos y previsión social, incluidos algunos fondos de pensiones.

Conducimos los pequeños ahorradores a un inextricable océano de liquidez, con cartas de navegación poco fiables. Sabemos que pequeños cambios en los tipos de interés pueden inducir movimientos violentos en la cotización de la deuda soberana o de algunos productos financieros. Y que nada apacigua más las embestidas de los mercados financieros que las inversiones en activos sólidos que ofrecen una rentabilidad estimable. De modo que, mientras los gobernadores de bancos centrales todavía sean capaces de distraer a la bestia, más vale que crezcamos, creemos más empleo, mejoremos expectativas de negocio y reduzcamos las deudas pendientes. Porque volverá.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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