Borgun no es Borgen

Islandia

Borgun no es Borgen

Josep Lladós

La sociedad islandesa vuelve a desconfiar de su clase política e inyecta energía al Partido Pirata. Probablemente la aclamada serie política danesa Borgen tiene en la calidad de sus interpretaciones y en un enfoque político a la vez comprometido y esperanzador algunas de las razones de su gran éxito. Sus dosis de proximidad, altruismo y responsabilidad política sanan almas desafectas y generan querencia hacia un modelo nórdico siempre admirado.

Durante el descalabro financiero reciente fue Islandia, otro país europeo septentrional, el referente para muchos analistas críticos con el ajuste asimétrico en la Eurozona y el trato preferente otorgado al sistema financiero. Pese a ello, reconocían que las políticas eran difícilmente reproducibles en otros lares pues no podía considerarse a un estado con poco más de 300.000 habitantes como referente de economías con dimensión económica y demográfica muy superior. Pero en realidad Islandia fue al paradigma perfecto tanto de la burbuja derivada de la desregulación financiera como de una respuesta social y política contundente ante el desatino generado.

Sus tres principales bancos se expandieron desproporcionadamente sobre la base de una política demencial de captación e inversión de recursos, algunas prácticas fraudulentas y ciertas acciones orientadas a la manipulación del mercado que condujeron finalmente a una bancarrota total del sistema, la nacionalización de entidades, el rescate público de los ahorros, una apreciable depreciación del tipo de cambio, un nuevo proceso constituyente, una amplia renovación de las instituciones y una investigación a fondo que ha llevado los principales directivos bancarios a la lejana prisión de Kviabryggja.

Considerada, junto a sus vecinas nórdicas, como uno de los mejores lugares del mundo donde vivir, la isla es también la localización del escenario del gélido norte de la serie Juego de Tronos, incluyendo el Muro que protege Westeros de salvajes, caminantes blancos y otras sorpresas desagradables. Precisamente ahora, en el inicio de la sexta temporada de la serie, es cuando Islandia más vuelve a sentir que el invierno regresa y su muro protector se resquebraja. No azotado por gélidos espectros y corrientes procedentes del Ártico sino por una tormenta panameña que se ha llevado por delante al primer ministro, presuntamente implicado en el uso de una empresa offshore para eludir el pago de impuestos.

Sin embargo, la característica celeridad con la que se asumen responsabilidades políticas en el modelo nórdico esta vez puede no ser suficiente, pues la sociedad islandesa percibe perpleja como las malas praxis inexorablemente retornan. No solo por los devaneos fiscales del primer ministro sino también a causa de los procesos de reprivatización de las entidades financieras. La conexión de la familia del ministro de Economía y Finanzas con la empresa islandesa de gestión de pagos Borgun, receptora de la transferencia de acciones del principal banco público del país, en un proceso con escasa trasparencia y sin concurrencia pública ha soliviantado los ánimos de la sociedad nórdica. Cuando además la conexión familiar se realiza mediante una empresa interpuesta con sede en Luxemburgo y el grupo comprador posteriormente acaba siendo absorbido nada menos que por Visa, la idoneidad del proceso trasciende de la estricta legalidad y discurre por los escabrosos páramos del comportamiento ético, donde una tentación asoma tras cada matorral y cada uno toma el camino que considera más oportuno.

Compromisos públicos e intereses privados colisionan incluso en las sociedades aparentemente más virtuosas. Y cuando la economía islandesa vuelve a salir airosa a flote, tras el duro esfuerzo realizado, los más desvergonzados atisban nuevas ocasiones de lucro mediante el clientelismo. Pero la historia nos recuerda que cuando ley y justicia social dejan de darse la mano, velas negras otean en el horizonte y navegar a tu antojo por el ancho mundo deja de ser seguro.

Ya decía el filósofo y economista John Stuart Mill que para que las leyes realmente mejoren hacen falta numerosas personas cuyos sentimientos morales sean mejores que las leyes existentes.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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