La crisis de deuda amenaza los cimientos de la moneda única

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La crisis de deuda amenaza los cimientos de la moneda única

Cuando en enero de 2002 comenzaron a circular las primeras monedas de euro por el Viejo Continente nadie dudaba de su solidez. Diez años después la moneda única se encuentra inmersa en una grave crisis que va a cumplir ya dos años.

Aunque de momento la región se mantiene a flote -a base de haber aprobado varios rescates internacionales y múltiples reformas- las últimas reuniones de sus líderes han puesto de manifiesto que el famoso mito de que, una vez saboreado el metal comunitario, nadie querría abandonarlo, comienza a tambalearse.

Hace apenas unos días el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, anunció que iba a celebrar un referéndum para que los ciudadanos a los que se supone que representa decidiesen sobre el segundo plan de rescate aprobado para el país mediterráneo en Bruselas. En otras palabras; para que decidiesen sobre la permanencia de Atenas dentro de la divisa comunitaria.

Según fuentes cercanas al Gobierno de ese país consultadas por EL BOLETÍN, nadie se atrevió entonces a vaticinar qué dirían los griegos (si es que decían algo, pues al parecer cabía una posibilidad nada despreciable de que las urnas registrasen una participación menor al 50%).

Por suerte para la canciller de Alemania, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, el mandatario heleno sufrió un par de días después de su anuncio una rebelión interna dentro de su Gobierno liderada por el ministro de Finanzas, Evangelos Venizelos.

Por este motivo el referéndum fue desconvocado. A su vez, Papandreu anunciaba la disolución de su Ejecutivo y la formación de un Gobierno de coalición en Atenas del que, al cierre de esta edición, se desconoce todavía el líder.

En conclusión: Grecia ha decidido finalmente mantenerse en el euro -aún a costa de su actual Gobierno- pero ha abierto la veda para que otros países puedan llegar a cuestionarse su pertenencia a la moneda única. Algo que en 2002 nadie se hubiese podido plantear y algo que, en opinión del presidente de la Fundación de Estudios Financieros y del Instituto Español de Analistas Financieros, Juan Carlos Ureta, es “una bomba debajo de la silla”. Este experto defiende que España se tiene que mantener en un club en el que “merece la pena estar” y explica que la crisis debe abrir el camino para que se acometan medidas estructurales.

En opinión de Ureta, es complicado transmitir credibilidad hacia el exterior si existe la posibilidad de que, de forma aleatoria, los países miembros se cuestionen su pertenencia al euro. “No es una discusión sobre la democracia, es una discusión sobre la coherencia”, argumentó para referirse a que no se pueden exigir herramientas de rescate -como en los casos de Grecia, Irlanda y Portugal- para luego plantearse abiertamente su aportación económica a las mismas.

El referéndum que finalmente desconvocó Grecia abre, además, otra puerta a la incertidumbre menos política y más financiera que la anterior. Si Atenas hubiese llevado a cabo esta consulta popular y los griegos hubiesen votado en contra del segundo plan de rescate, el país mediterráneo se habría declarado en suspensión de pagos a la par que firmaba sus últimos papeles como miembro del euro. ¿Y esto qué hubiese significado? Puesto de forma simple, lo siguiente: el impago de la deuda a sus acreedores -cuyo núcleo más potente son grandes bancos franceses y alemanes-, la activación masiva de productos derivados diseñados para asegurar o amortizar el pago de esa deuda (más conocidos como CDS) y un efecto impredecible en la economía global a causa de estos dos factores.

En otras palabras, que debido a la opacidad y a la exposición de los grandes bancos europeos y fondos de inversión a un país del tamaño de Grecia, un referéndum de esta índole en este país dinamitaría la credibilidad en toda la región al generar un efecto de contagio entre todos los bancos del Viejo Continente (si Grecia no paga a un banco francés, éste quizás tenga que ser recapitalizado por París, que podría perder su máxima calificación crediticia y encontrar dificultades para financiarse en los mercados, etcétera) que saltaría rápidamente a otras regiones.

Los italianos se juegan su futuro

Cuando parece que las cosas en el extremo oriental del Mediterráneo se han calmado, las preocupaciones han saltado a otro país: Italia. La gravedad del salto la demuestran las cifras: el país que gobierna Silvio Berlusconi es la tercera economía más poderosa de la región tras la francesa y la alemana. Y el hecho de ser el segundo más endeudado de toda la zona del euro con un 120% del PIB emitido en bonos (el primer país es Grecia, con alrededor de un 140% del PIB) no hace más que generar alarmas aquí y allá. Tampoco los políticos del país -que hace dos semanas acabaron a guantazos en el Parlamento- parecen estar por la labor de intentar recuperar la confianza.

Grecia tuvo que ser rescatada, y aún así lleva más de un año en el punto de mira de los especuladores. Irlanda y Portugal también solicitaron ayudas internacionales. En total Bruselas ha desembolsado en estos tres países más de 300.000 millones de euros. Y todos ellos son economías discretas en comparación a otras como la española, la italiana o la francesa. Así pues, si Italia cae, ¿qué hará Bruselas?

Muchos expertos apuntan al BCE como recurso de salvación. La autoridad monetaria tiene la capacidad ilimitada de adquirir bonos y contrarrestar así las presiones de los mercados. Ahora ha cogido sus riendas Mario Draghi, casualmente un italiano que trabajó en Goldman Sachs -el banco más rentable en la historia de Wall Street y considerado culpable de la crisis de deuda por ayudar a los gobernantes griegos a camuflar sus cuentas- durante varios años-. El tiempo juzgará su actuación.

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