¿El fin de la historia socialdemócrata?

Especial 25 aniversario

¿El fin de la historia socialdemócrata?

Sede del PSOE

A comienzos de siglo XXI la distancia que separa Lituania de Escocia podía atravesarse sin pisar ningún país gobernado por la derecha. La socialdemocracia vivía los últimos días de vino y rosas ignorando que el sistema político y social donde se asentaba ya había cambiado. Cualquier proceso histórico es la consecuencia de unos factores encadenados, del modo que datar una fecha concreta como el germen de un proceso posee un halo reduccionista. Sin embargo, la historia del declive socialdemócrata podría considerar el año 1998 como su año ‘cero’. El Canciller alemán Gerhard Schröeder y el primer ministro británico Tony Blair abandonaban el sendero keynesiano y acometían la denominada ‘tercera vía’. Una nueva línea de acción que a través de reformas, menor protección social y mayor desregulación iniciaba el desmantelamiento del estado del bienestar.
 
En un inicio los efectos perjudiciales de aquellas medidas quedaron escondidos bajo la burbuja de la bonanza económica. Basta con recordar las dos legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero para observar la obnubilación con la que vivía la socialdemocracia, que llegó a interiorizar la teoría del ‘fin de la historia’ de Fukuyama. La teoría de un mundo final basado en una democracia liberal
 
«Bajar los impuestos es de izquierdas» (José Luis Rodríguez Zapatero, mayo de 2003)
 
Sin embargo, la falta de respuestas ante la crisis financiera de 2008, el empobrecimiento de las clases medias, fruto de aquella ‘tercera vía’, el cambio estructural de la economía y otros factores como la pérdida del miedo a los partidos radicales – los que evocan a la raíz de un pensamiento – supusieron que ‘los perdedores’ de la crisis encontrasen en los movimientos las respuestas que hasta entonces habían encontrado en los partidos.

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El gráfico facilitado por la revista británica The Economist revela la crisis económica como el gran detonante del declive socialdemócrata. Aun así, la derrota no fue homogénea en todos los partidos socialistas. Incluso los hay que han conseguido sobrevivir al espiral autodestructivo en la que está inmerso el sistema político europeo.
 
Ejemplo de ello Portugal, donde el primer ministro, Antonio Costa, es el líder del Partido Socialista. Sin embargo, para gobernar su país los socialistas han tenido que pactar con el Partido Comunista y el Bloque de Esquerda, que haciendo un símil con España vendría a ser el ‘Podemos portugués’. En Francia, en cambio, el presidente – y a priori socialista – François Hollande ha apostado por un camino alejado de la idea socialdemócrata. Además de una reforma laboral criticada por todos los trabajadores, el presidente francés ha llegado a impulsar el apoyo socialista a una candidatura conservadora como la de Jean Claude Juncker a la presidencia de la Comisión Europea. De esta manera, quien llegó al Eliseo bajo la promesa del fin del ‘austericidio’, lo abandonará con la extrema derecha pujando por entrar en él.
 
Los casos de Portugal y Francia ponen de relieve la disyuntiva a la que se ha tenido que enfrentar cada uno de los partidos socialdemócratas: Volver al origen o buscar un nuevo camino.

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La mayoría de los partidos socialistas, atemorizados por no ‘dar comba’ a los nuevos partidos de izquierda, han apostado por escorarse hacia el centro del tablero. El ejemplo más satisfactorio de esa nueva estrategia es Matteo Renzi, el primer ministro italiano, ya que a pesar de haber perdido apoyo en los últimos meses, sigue siendo un actor político con altas cotas de popularidad.
 
Sin embargo, otros que han apostado por esa misma estrategia de intentar ubicarse en el centro político han sufrido el castigo de los votantes, como el PASOK en Grecia, donde la corrupción, la crisis y la ‘gran coalición’ junto a Nueva Democracia lo dinamitaron, y el SPD en Alemania. El partido socialdemócrata germano gobierna junto a Angela Merkel, y lo hace sin rastro de aquellas políticas socialistas que llevaron a este partido a ser el referente europeo durante los años 90.
 
¿Dónde se han ido esos votos?
 
La incapacidad de los partidos socialdemócratas de construir un mensaje – antiausteridad – acorde a las demandas y necesidades de los ‘perdedores’ de la crisis ha alimentado la huida de sus votantes hacia opciones más taxativas. La ambigüedad discursiva, la creciente desigualdad y el fin de la estructura social homogénea – el obrero ya no es sólo el de la fábrica – ha supuesto que gran parte de la población encuentre mayor acomodo en los ‘movimientos’ que los partidos.
 
“No somos ni buenos ni malos, ni de izquierdas ni de derechas” (Susana Díaz, octubre de 2016)
 
En España y Grecia el descontento ha generado un movimiento mayoritario anti-austeridad basado, en líneas muy generales, en la diferenciación entre victoriosos y vencidos por la crisis. Syriza y Podemos han alcanzado cotas de poder articulando un mensaje contra la clase política y económica a la que han responsabilizado de la situación.
 
Sin embargo, el norte de Europa, menos azotado por la crisis, ha canalizado el descontento a través de la raza y la procedencia. Partidos racistas y xenófobos han conseguido vertebrar un espacio político de protesta donde, por increíble que parezca, personas procedentes de partidos originariamente de izquierdas han encontrado su lugar.

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El Frente Nacional en Francia, el UKIP en Reino Unido, Alternativa para Alemania o Amanecer Dorado en Grecia son algunas de las formaciones que seguirán en auge mientras los socialdemócratas y los moderados continúen obviando el grito de los ‘perdedores’.

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