Eduardo Bazo, Director de Teatro

Entrevista

Eduardo Bazo, Director de Teatro

Eduardo Bazo, director de teatro

La Cultura en la Encrucijada I: «A veces la cartelera teatral es un poco patética» «¿El microteatro y los espacios alternativos? A lo mejor son soluciones a corto plazo para que los actores puedan ganar algo de dinero…Aunque no del todo, porque con lo que se ‘saca’ no les da ni para pagar el alquiler de los pisos compartidos donde viven.»

Así de escéptico y rotundo se muestra Eduardo Bazo, un experimentado director de teatro con muchos años de servicio acumulados en ‘pro’ de la causa, cuando se le pide una opinión sobre los formatos alternativos que, en los últimos meses, proliferan en la oferta madrileña de espectáculos. Esas funciones cortas y cercanas, que se realizan ante grupos de público poco numerosos en espacios reducidos y no siempre pensados, en principio, para acoger representaciones.

Unas fórmulas presuntamente ‘novedosas’ e ‘imaginativas’ con las que algunos profesionales, jóvenes y veteranos, han buscado caminos para sortear la crisis. Un tipo de espectáculo que ahora ocupa con frecuencia mucho espacio en algunos medios de comunicación, siempre dispuestos a culpabilizar al propio sector de su actual ocaso. La tesis es, más o menos, como sigue: si el teatro languidece es por su falta de capacidad para conectar con las tendencias actuales.

Pero, ¿es eso cierto? No del todo, según Bazo, que sí reconoce que las audiencias de hoy, que aún disfrutan cuando les cuentan historias, parecen poseídas por un deseo de rapidez en la resolución de las tramas que, a veces, no casa del todo bien con un arte cuyos orígenes se remontan al principio de los tiempos. “Somos un poco dinosaurios a ratos. Y estos públicos, acostumbrados a las series de televisión y al cine quieren velocidad. Ahora, los productores vienen y te dicen que no te pases de hora y media. Y si puedes liquidar el asunto en hora y cuarto, mejor”, explica.

De modo que para un autor o un director actual casi sería imposible pensar en una obra como el Hamlet de Shakespeare, por ejemplo. Y así, perdiendo parte de los aspectos característicos y esenciales de este arte, quizá tampoco se pueda llegar muy lejos al final. Por eso, aunque cualquier intento sea loable, al menos desde el punto de vista de Eduardo, estas iniciativas de teatro instantáneo y a la carta no van a constituirse, ni mucho menos, en el ‘futuro del teatro’, como algunos defienden. Lo que no significa que se trate de trabajos menores o desprovistos de valor.

Historias

Más bien sucede lo contrario, muchas veces. O eso piensa este director. Según él, esta manera de contar las historias, nacida a la fuerza por culpa de una coyuntura hostil que castiga a la cultura, sí ha aireado el ambiente, sacudido algunas estructuras obsoletas y, cuando los montajes están bien resueltos, quizá pueda servir para enganchar o retener a un público que ha abandonado las salas. Ya sean nuevos aficionados o viejos adictos desencantados.

«El otro día fui a ver una obra en una antigua peluquería. Estaba muy bien. A mi me gusta que el teatro salga a la calle y conquiste nuevos espacios. Y estas iniciativas también ayudan a que el espectador no se olvide de que estos espectáculos existen», asegura.

Pero estos ‘novísimos’ montajes no son exactamente, en su opinión, una evolución natural del arte de narrar que permitirá al teatro sobrevivir al ataque de las alternativas de ocio que ofrecen las nuevas tecnologías. Ni tampoco, a la escasez de dinero de los clientes potenciales baqueteados por la dura situación económica. Por eso, Bazo cree que «no deberíamos dejar morir los teatros y su sistema de producción porque esta tendría que ser la capa freática, que sujetara todo lo demás».

Aunque, también reconoce que, hoy por hoy, ese objetivo no es fácil de lograr, en parte por los errores cometidos por el propio sector. En especial, por unos empresarios que han ido a asegurar la taquilla y han dejado de lado los elementos básicos del gran teatro: el texto, el actor y el autor.

«Es un mundo que ha quebrado. Muchos empresarios no quieren arriesgar nada. Sólo apuestan por la seguridad de la butaca. Quieren una comedia, tres actores, poquito decorado y un éxito que dure mucho tiempo. Tiran de personajes de la ‘tele’ y se inventan todo tipo de fórmulas para que algunos famosos, sean o no capaces de actuar, salgan al escenario», explica.

Y al final, ni las piruetas, ni las actitudes defensivas parecen haber servido. El público ha dejado de ir a las salas. Quizá porque no encontraba obras interesantes. O quizá por otros motivos. Pero la ‘rendición’ de los productores a esas supuestas exigencias del mercado, nunca confirmadas, no ha dado ningún fruto, según Eduardo Bazo, que reconoce que, en ocasiones, la cartelera madrileña ha tenido un aspecto verdaderamente «patético». Aunque, como en todo, no conviene generalizar. En medio del desastre, también ha habido grandes trabajos y muchos ‘francotiradores’ dispuestos a seguir en la pelea.

«Hay mucha gente luchando -explica-. Desde ‘La Abadía’, o desde productoras independientes». No sólo eso. Bazo también quiere dejar claro que, aunque sean las excepciones de la regla, todavía quedan empresarios capaces de inventarse sistemas para mantener vivas algunas costosas producciones que, a pesar de su interés artístico, no resultan fáciles de rentabilizar.

Musical

Es lo que va a suceder, sin ir más lejos, con ‘¿A quién le importa?’, el musical que ha dirigido basado en las canciones de Carlos Berlanga que hicieron populares en los 80 Alaska y los Pegamoides y Dinarama. Una producción que se reestrenará próximamente en la sala Callao City Lights. Un conocido cine madrileño que quiere abrir su oferta a otras posibilidades. «El espectáculo se va a representar una vez a la semana en Madrid y estará de gira por España simultáneamente», explica.

Para Bazo dirigir ‘¿A quién le importa?’ ha sido casi cumplir un sueño. Siempre quiso montar un musical y, al final, ha terminado metido en uno que es «lo más raro y ‘underground’ que se me podía ocurrir», afirma, para explicar después que tuvo la gran suerte de adaptar esta obra con Jorge Berlanga, antes de su fallecimiento.

Fue a él a quien se le debe el primer impulso de esta obra que pensó como un homenaje a su hermano Carlos poco después de que este muriera. El resultado es una producción de pequeño formato que llamó mucho la atención cuando se estreno en una Sala de la Gran Vía madrileña.

El trabajo de Eduardo ha tenido siempre mucha relación con la música. Desde sus inicios. Ha diseñado escenografías para grandes giras y ha estado implicado en montajes de todo tipo, algunos más comerciales que otros. Entre los artistas con los que ha colaborado están Victor Manuel y Ana Belén, Mónica Naranjo, Clara Montes o los canarios Mestisay, paisanos suyos, con quienes montó ‘Querido Néstor’, un musical homenaje al gran compositor Néstor Alamo que batió todos los récord de taquilla en las islas en el momento de su estreno, a finales de la década de los 90.

«Trabajar con músicos es estupendo. A veces no comparto sus gusto, pero siempre es mágico ese momento en que se rínden a mis ideas y salimos a conquistar al público», explica. Aunque también ese sector se ha debilitado. El gasto que supone para estos artistas darle una verdadera dimensión teatral a un concierto no siempre resulta asequible en estos tiempos que corren. Una consecuencia negativa más de esta interminable crisis de la que no es fácil dejar de hablar en estos tiempos.

Y ¿qué tanto por ciento de culpa en el desastre tiene la gestión cultural de los políticos españoles?  Bazo no cree que sean los únicos culpables, pero sí que su responsabilidad es mucha. En general, no parecen tener muy claro qué hacer, aunque les gusta sacarse fotos con los artistas. Por eso hay épocas en las que han tratado un poco mejor a la Cultura y han invertido más. Pero nunca con un plan concreto, ni con unos objetivos definidos.

Además, habría que ser justos y hacer un balance de lo acontecido en los últimos años para entender lo que pasa ahora. No se trata sólo de la última y devastadora subida del IVA, aunque haya tenido un impacto letal sobre la taquilla. Ni la derecha ni la izquierda salen bien paradas en el análisis de este director. 
 
“La izquierda realizó una política artificial. Restauró todos los teatros, pero no se preocupó de su programación. Y, la derecha española es muy poco culta. Sólo parece preocuparse de los telediarios. En fin, si creíamos que Esperanza Aguirre era el escalón más bajo al que se podía llegar, nos quedaba todavía por ver a Wert”, se lamenta.

Peligro
 
Sin embargo, incluso, en medio del desconcierto general ha habido algún acierto. Como las obras y los montajes de calidad que se han hecho durante años en el Centro Dramático Nacional. Lo malo es que ni siquiera puede asegurarse que esa labor modélica pueda quedarse al margen de los recortes indiscriminados. “No hace tanto las obras se ensayaban dos meses antes del estreno. Ahora sólo 45 días. Y ha empezado a hablarse de dejarlo en 30”, asegura.

Aunque quizá haya más espacio para el optimismo del que podría parecer. Cómo recuerda Bazo, la crisis del teatro es un asunto recurrente. El mismo, desde sus inicio ha oído siempre hablar de este asunto. «Yo recuerdo a mis viejos compañeros, mis cómicos mayores, como Fernando Fernán Gómez, decir que cuando ellos eran niños ya se había empezado a hablar de la crisis del teatro», rememora.

Lo cierto es que al final es el público quien tiene la palabra. Y en las últimas temporadas Bazo se ha enfrentado a ese examen varias veces. Y le ha ido bien. «Sí, en las últimas cuatro o cinco temporadas he tenido la suerte de estar dirigiendo textos que han funcionado en taquilla. En fin, he hecho lo que tiene que hacer un director de teatro comercial. Y, además, he podido compartir ese viaje con un montón de buenos profesionales», afirma.
 
Es cierto que la fortuna es un elemento fundamental del éxito. Pero también hay otros ingredientes necesarios para el buen fin de una producción. Por ejemplo, en el caso de Bazo, muchos críticos han destacado su inusual capacidad para llevar a los teatros tradicionales un tipo de historias que no se suelen representar en estos templos de la «comedia burguesa». En estos locales de toda la vida donde los espectadores se sientan cómodamente en sus butacas para contemplar lo que sucede en el escenario.  
 
Obras de terror como, ‘La Mujer de Negro’ (un texto de Stephen Mallatrat, basado en la novela de Susan Hill) o Drácula de Bram Stoker, en las que gracias a sus imaginativos montajes, y al uso justo de los efectos especiales adecuados, todo el teatro se convertía en una especie de ratonera en la que un público aprisionado por el pánico disfrutaba con cada estremecimiento, en un ‘tour de force’ de sobresaltos y sorpresas que sólo terminaba cuando, por fin, caía el telón.

Actores

Para Bazo, sin embargo, el verdadero armazón que sujetaba ese clima de horror sin tregua era el gran trabajo de los actores. En la mujer de negro Emilio Gutiérrez Caba y Jorge de Juan y en Drácula, que codirigió Jorge de Juan, de nuevo Emilio Gutiérrez Caba, aunque esta vez acompañado por Ramón Langa.

Este director tinerfeño también ha brillado en su acercamientos a la comedia, como en ’39 escalones’, una pieza escrita por Patrick Barlow, que toma como base la película de Alfred Hitchcock, en la que intervienen cuatro actores que hacen más de ochenta personajes, o la tragedia, como en ‘Al final del Arco Iris’ de Peter Quiller.

Una obra que cuenta la historia de un momento crucial en la vida de la actriz y cantante Judy Garland, a quién interpretaría Natalia Dicenta, junto a Miguel Rellán en el papel de su pianista, en un celebrado montaje con música en directo, en el que también colaboró Jorge de Juan. 

Su experiencia como director de escena le ha servido también para introducirse en otros ámbitos, como el montaje de galas, eventos especiales y la publicidad en directo. De hecho, Bazo fue uno de los pioneros en España de ese tipo de acciones, conocidas luego como ‘marketing de guerrilla’ en las que los ‘productos’ salían a la calle en busca de sus clientes potenciales. Y algunos todavía recuerdan alguna espectacular fiesta corporativa realizada para una compañía aérea en un hangar con avión incluido. 
 
La crisis también se ha dejado notar en este sector en el que, sin embargo, la paralización no ha sido completa porque, según explica Bazo, en momentos como este es vital para las empresas luchar para defender su marca.

Desde el punto de vista profesional, el concurso de un director de escena es importante en este sector porque puede darle a las presentaciones una dimensión espectacular que, a veces, es necesaria. Aportar a la publicidad en directo, la experiencia acumulada en el mundo del teatro, el caudal de imaginación que siempre se maneja en la concepción de los espectáculos.

Pero él también se beneficia. «Yo he experimentado muchas cosas en los trabajos de publicidad que luego he podido desarrollar en el teatro. La publicidad y las marcas nos dan la posibilidad de manejar dinero en la puesta en escena», afirma.

Por eso, en la medida de lo posible, Eduardo Bazo aspira a seguir compatibilizando estas actividades y también está dispuesto a implicarse en algunos nuevos proyectos en los que casi es aún un principiante, pero que le han «engachado con fueza». Como el trabajo teatral con niños o con personas con discapacidad. 

Con crisis o sin crisis este apasionado profesional tiene todavía mucho que decir y que dirigir y piensa encontrar la manera de seguir en la brecha por complicados que sean los tiempos. Quizá esa sea una de las características que diferencian a los artistas del resto de los mortales: la capacidad de superarse en los momentos difíciles. 

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