Julie Byrne resucita la magia de los arpegios en ‘Not Even Happiness’

El tocadiscos

Julie Byrne resucita la magia de los arpegios en ‘Not Even Happiness’

Julie Byrne

La cantautora de Búfalo encuentra oro en la sencillez de una fórmula balsámica, basada en la combinación de voz y guitarra. Casi siempre menos es más. Sobre todo si la materia prima sobre la que se trabaja es de primera calidad. Quizá por eso a la angelical Julie Byrne, una cantautora acústica en quien algunos han creído escuchar los ecos de la genial Joni Mitchell, se ha abierto rápidamente un hueco en el corazón de los amantes de la música de vanguardia, en un momento en que su estilo parecía cotizarse a la baja.
 
Pero no. Este ‘Not Even Happiness’ del que nos ocupamos hoy, que es el segundo disco de esta chica con guitarra procedente de Bufálo, cuya juvenil imagen también nos recuerda a Joan Baez, se ha ganado casi por unanimidad el respaldo de la crítica. La vanguardista y la clásica. Quizá porque a veces la originalidad puede encontrarse sin tener que recurrir a trucos recurrentes como las combinaciones rítmicas inusuales o las vestiduras instrumentales estrambóticas.
 
Habrá también quien piense que Byrne aburre hasta a las pacíficas ovejas. Y que su candoroso repertorio volátil y etéreo parecen más bien tener relación con los peores momentos de Enya, o las pesadillas que a alguno le provocaron aquellos discos de ‘new age’ que terminaron en la basura cuando muchos compradores de cd´s se deshicieron de sus colecciones para apostar por los mp3´s gratuitos en streaming.
 

 
Pero en el otro extremo, algunos críticos con galones y buena reputación entre la modernidad, como los de la revista Mondo Sonoro, establecen conexiones estilísticas entre Byrne y cantautoras veteranas con buena reputación como Michelle ShockedCat Power o Vashti Bunyan, verdaderos iconos de las nuevas generaciones de consumidores musicales entendidos.
 
Permitan, sin embargo, que me abstenga de tomar partido. Me gustan y mucho, los arpegios de guitarra con que Byrne envuelve sus melodías y también su voz aérea. Y ese elegante minimalismo de unos arreglos leves de teclados o cuerdas que ayudan a crear el clima más propicio para el desarrollo de unos temas que, además y, sorprendentemente, no son demasiado parecidos entre si, a pesar de la economía de medios utilizada por la artista.
 
También ayuda que el disco no resulte interminable. Son sólo 32 minutos de música, repartidos en nueve canciones de duración razonable. Una propuesta humilde, al fin y al cabo, que parece indicar que, por lo menos, de momento, a Byrne le interesa entregar a sus oyentes la parte más esencial de su trabajo y ahorrarnos desvaríos o desviaciones poco recomendables.
 

 
 
Y hasta hay canciones de estribillo delicioso, como ‘Natural Blue’, mi favorita del álbum, por el momento, en la que puede encontrarse algún rastro de esa elasticidad melódica que suele caracterizar al pop de alto voltaje. O sea que el saldo es positivo. Hay muchos aspectos positivos en esta colección de canciones que es atractiva y tiene capacidad de seducción y enganche.
 
Pero también hay algún que otro elemento negativo. Sobre todo, en lo que respecta a las melodías que, en mi opinión, no siempre vuelan todo lo alto que debieran. Por el contrario. A veces, parecen estructuradas como simples recitados que cabalgan sobre unos bellos dibujos de ‘fingerpicking’, sin aportar todo lo que debieran al conjunto.
 
Puede que esas letanías desgranada con una voz profunda y una seriedad ingenua y enternecedora tengan el efecto balsámico que algún amigo, ‘fan fatal’ de Byrne, le atribuye y que la pureza cristalina que desprenden las cuerdas de acero de su guitarra sea otro argumento inapelable para que al final la balanza se decante a su favor.
 
Sin embargo, yo aún no estoy completamente enganchado a esta propuesta. Aunque reconozco que, como a veces pasa con alguna música que se me resiste al principio, las sucesivas escuchas han servido para mejorar mi opinión hacia un producto que, en un primer momento, había acogido con mucha prevención.
 
Es probable que mis motivaciones fueran, más bien extramusicales. Me gustaba poco como punto de partida ese relato promocional que describe a Byrne como una viajera itinerante, que no escucha música y que aspira a fundirse con la naturaleza cuando compone. O esas loas a la expresividad de unas letras que construye con muy pocos elementos, la mayoría de las veces.
 
Lo malo, o lo bueno, es que, como creo haber dicho ya, me encanta la manera de tocar la guitarra de esta joven cantautora. Y, aunque solo sea por eso, no me queda más remedio que terminar esta reseña, en la que he expuesto mis dudas, razonables creo, con una recomendación. Conviene darle una oportunidad a esta chica. Apunta maneras, y puede convertirse en el futuro en esa puerta de salida que parece necesitar con urgencia el adocenado folk del siglo XXI.

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