Tindersticks abren la puerta del jazz suave en ‘The Waiting Room’

El tocadiscos

Tindersticks abren la puerta del jazz suave en ‘The Waiting Room’

Tindersticks, ‘The Waiting Room’

La banda británica publica su décimo álbum y se consolida como la gran referencia del ‘indie’ melódico. Puede que no vendan millones de discos ni llenen estadios. Y ya se saben que no nunca tendrán tantos seguidores en sus redes sociales como Milley Cyrus, Beyonce o Adele, pero a estas alturas del partido, los Tindersticks no necesitan nada de eso.

Ni mucho menos. Veinte años después de su ascenso a la cima del éxito se han convertido ya casi en unos clásicos. Hacen lo que saben hacer y disponen de un público entregado que jamás les va a fallar. ¿Se puede pedir más en estos tiempos turbulentos?

Ellos navegan por ahí sin prisa, pero sin pausa, en una tierra de nadie que es quizá solamente suya y con el tiempo, alguna mudanza, unos años sabáticos y algunos cambios de formación, todavía se han vuelto más tranquilos incluso que antes.

Evolucionan, desde luego, y en cada nueva entrega hay más de un cambio apreciable en su manera de entender la música, pero, como quizá diría Franco Batiato, tiene un dentro de gravedad permanente bien definido.

Mejor que nadie espere sobresaltos ni novedades dramáticas en este nuevo disco de la banda, titulado ‘The Waiting Room’ del que nos ocupamos hoy. Se iban a sentir muy decepcionados, esta banda no cambia de piel en cada reencarnación, sólo adquiere algunos pliegues nuevos.

Y esa liturgia se repite otra vez en este nuevo trabajo que, como quizá sepan se trata del décimo que han publicado hasta ahora y viene marcado, sobre todo, por las nuevas circunstancias vitales de Stuart A. Staples, el cantante y compositor principal de la banda.

Hace tiempo que Stuart vive en Francia, abandonó la ciudad e instaló un estudio en el campo. Su relación con la naturaleza y sus paseos por los alrededores de su nuevo hogar, parecen haberle ayudado a descubrir ese placer que tan bien describió nuestro Antonio Vega, cuando nos explicó que no hay nada mejor que componer sin guitarra ni papel.

Por lo visto, a Staples, el hecho de haberse liberado de la guitarra como elemento de apoyo a la hora de escribir las canciones, le ha permitido abrirse hacia otros ritmos, siempre suaves, y a comprender que la música puede fluir, y ‘respirar’, de muchas formas distintas.

Y aunque este es un trabajo de grupo, y no conviene olvidarlo, el cantante de la banda sigue marcando la dirección en la que avanza el colectivo. Un equipo en el que siguen figurando otros dos miembros originales. David Boulter, que se ocupa del órgano y acordeón, y Neil Fraser que toca la guitarra principal y en el que ya aparecen plenamente consolidados el batería Earl Harvin y el bajista Dan McKinna.

Un plantel de lujo que en este caso se ha visto reforzado por un viejo amigo de la infancia del cantante que ahora es un excelso arreglista y poderoso músico de jazz. Se trata de Julian Siegel y su colaboración resulta fundamental para imprimirle carácter al conjunto.

E incluso para ‘actualizar’ el sonido de Tinderticks y acercarlo a propuestas muy actuales, basadas en esa interconexión entre el jazz y el pop que parecía a punto de perderse y que hemos recuperado ahora gracias al trabajo de tipos como el ‘rappero’ Keendrick Lamar, el saxofonista Kamasi Washington o lo último del recientemente desaparecido David Bowie.

Por cierto, que la buena vecindad desarrollada por Staples con los activistas culturales del entorno, ha permitido que este trabajo combine canciones y vídeos hechos a la medida para ellas. Cada uno firmado por un director diferente.

Staples se comprometió a hacer esto que, por lo visto, era algo que siempre había deseado, con los promotores del Festival de Cortometrajes de Clemont Ferrand y parece haber quedado satisfecho del resultado.

Al final, según parece, esa idea fue el impulsó que la banda necesitaba para volver al estudio y embarcarse en la realización de un nuevo disco tras casi tres años sin ponerse a ello.

Aunque algunos de los temas incluidos aquí se grabaran mucho antes. Por ejemplo, ‘Hey Lucinda’, mi canción favorita del álbum por el momento, que cuenta con la intervención de la maravillosa cantante canadiense Lhasa de Sela, fallecida en 2010.

No es la única cantante femenina que colabora en estos 48 minutos de música que se extienden a lo largo de once canciones. Los Tindersticks también han contado con la colaboración de Jehnny Beth, la cantante de las Savages en otro de los momentos, para mi culminantes del disco, el fantástico tema ‘We are dreamers!’.

En definitiva, y aunque suene a tópico mil veces repetido, es absolutamente cierto que, cada vez que los Tindersticks lanzan un nuevo disco, y ya hemos dicho que van diez, sin contar bandas sonoras y otras rarezas, realizan una invitación a todos los aficionados a la buena música, con independencia de sus tendencias estilísticas, para que se den una vuelta por ese extraño y fascinante mundo sonoro del que son propietarios únicos.

Esta vez también. Y yo he estado por allí, de nuevo para constatar que se trata de un viaje placentero, con pocos sobresaltos sí, pero con las sorpresas necesarias para que los turistas no experimentemos el aburrido síndrome de lo ‘ya visto’.

Hay muchas cosas que le resultarán familiares al reincidente, pero ni molestan ni cansan. Por lo menos, a mí que, por ahora, aun le saco partido a reencontrarme de vez en cuando, con los Tindersticks. Unos viejos amigos que no molestan.

Más información