‘b’lieve i’m goin down’, un disco de Kurt Vile

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‘b’lieve i’m goin down’, un disco de Kurt Vile

Kurt Vile

El artista de Filadelfia graba el disco mas ‘folkie’ de su carrera sin perder el sonido crudo y rockero que le caracteriza. Ténganlo claro. Incluso en estos tiempos de ‘beats’, ordenadores y programas de edición estratosféricos, los viejos trovadores de las seis cuerdas siguen teniendo su espacio. Aunque ya no ocupen el centro exacto del escenario.

Puede que la persistencia de los cantautores eléctricos sea un anacronismo y que el único guitarrista de verdad que importa sea el virtuoso a lo Joe Satriani, pero siempre se cuela por ahí, algún otro bastante menos veloz y empeñado en cantar a cualquier precio.

Y también tiene sus fans, a pesar de todo. Y hasta los hay capaces de conseguir algunas buenas críticas. Quizá porque la figura del típico artesano que intenta comunicarse con su voz y instrumento casi de otro tiempo aún le causa ternura a la concurrencia.

Más todavía, si se trata de un tipo simpático como Kurt Vile, cuya imagen ‘viejuna’, con la tradicional melena de pelo desordenado, evoca otras épocas y nos recuerda a bárbaros entrañables como el irlandés Rory Gallagher, ya fallecido, o, incluso, nuestro ‘guitar-hero’ carabanchelero por excelencia, el sin par Rosendo Mercado.

Aunque, es cierto que Vile, últimamente, ha perdido algo de furia eléctrica y se ha reprogramado a base de ‘fingerpicking’ y arpegio. Además se ha comprado un ‘banjo’. De tal modo que, sin duda, este ‘b’lieve i’m goin down’, el disco del que nos ocupamos hoy, es el álbum más ‘folkie’ que ha grabado hasta el momento.

Lo que significa que a ratos, y para bien, nos recuerda, por ejemplo, a un Mark Knopfler que vuelve a estar perdido en la ciudad como cuando era el líder de Dire Straits o a un J. J. Cale sin porche, pero con lata de cerveza, por supuesto.

En realidad, se diferencia de ellos, sobre todo, por la dimensión hogareña de su actual propuesta sonora, que ha sido elaborada al estilo de la buena ‘cocina’ casera, porque, según ha explicado el propio Vile en múltiples entrevistas de promoción, este es un disco de canciones compuestas en el sofá del salón de su casa a altas horas de la noche.

Y, al menos en este caso, el contexto imprime carácter. Esa necesidad de tocar bajito para no despertar a la familia, propicia intimidades y confesiones y, según parece, una mejora sustancial de los textos de las canciones. Impregnados siempre del clásico sentido del humor marca de la casa.

Así que el hombre que rescató el rock setentero en pleno siglo XXI, como cofundador de War On Drugs, junto a su viejo amigo Adam Gramduciel, a quien abandonó posteriormente para iniciar una carrera en solitario acompañado por sus leales Violators, parece a punto de mudar de piel y ofrecernos el Nick Drake, que siempre ha llevado dentro.

Con algunas líneas oscuras y desesperanzadas, pero siempre finalmente positivo gracias a la ironía y a una sorprendente capacidad de no tomarse nunca en serio a si mismo que casi convierte en universal un disco, ya digo, concebido casi como un diario de problemas cotidianos.

Como los que cuenta en ‘Pretty Pimpin’, la canción que abre esta colección de 12 que se extiende a lo largo de una hora y un minuto y que es también mi tema favorito del álbum por el momento. Una canción en la que Vile retrata la perplejidad que siente cada día cuando se mira al espejo y no se reconoce en la figura que ve.

Hay muchos más momentos brillantes, también en esa línea, como el ritmo ‘macarra y quedón’ que le imprime a ‘Dust Bunnies’, ese tema en el que se dedica reflexionar sobre la vida y la transcendencia del ser gracias a la excusa que le proporciona el polvo que se acumula debajo de su sofá.

Y luego, claro está, los seis minutos y medio largos de ‘That´s Life, To (Almost Hate To Say), una bella balada de trazo atmosférico, en la que Vile pone de manifiesto la gran capacidad expresiva que ha adquirido con su peculiar voz y que, a ratos, nos evoca el existencialismo de unos Sun Kil Moon, pero más eléctricos.

En fin. Aunque es probable que este disco no llegue a figurar en las listas de lo mejor del año que empezarán a publicarse en los próximos meses, es bastante difícil que no este presente en la que elaboré yo. Aunque sólo sea por esa preciosidad de arpegio con la que que empieza ‘Wheelhouse’. ‘Bocatto Di Cardinale’, amigos.

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