‘Currents’, un disco de Tame Impala

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‘Currents’, un disco de Tame Impala

Currents

La banda australiana se ‘pasa’ a los sintetizadores en su tercer y más polémico disco. La publicación de ‘Currents’, el disco del que nos ocupamos hoy, que es el tercer álbum publicado hasta ahora por los australianos Tame Impala, ha sido, sin duda, uno de los acontecimientos más esperados del año en el entorno de la música moderna internacional. Y, además, casi desde que se anunció que el disco iba a ser comercializado, su lanzamiento estuvo rodeado de una cierta polémica y mucha división de opiniones.

Hace un par de meses, el grupo liderado por Kevin Parker, publicó ‘Let It Happen’, un tema de casi ocho minutos de duración , como adelanto de lo que iba a ser su nuevo disco. La canción sorprendió a la concurrencia, porque tenía bastante poco que ver con el estilo que la banda había practicado hasta entonces y sobre el que había construido, con sólo dos discos en el mercado, una sólida reputación y una base de fans creciente.

Ya saben, los Tame Impala de ‘Innerspeaker’ y del sensacional ‘Lonerism’ de 20, eran psicodélicos, oscuros y guitarreros. Su sonido era un homenaje a la música que hicieron en los sesenta bandas progresivas, sinfónicas o pesadas como King Crimson o Black Sabbath, pero a la vez marcaba un camino para asegurar la supervivencia del estilo en los tiempos actuales, porque más copiar con fidelidad aquellos viejos sonidos, rescataban su espíritu aventurero.

Pero, por lo menos de momento, Parker y los suyos no han continuado por ese camino. Más bien parecería casi que han optado por tomar el contrario. ‘Currents’, al menos formalmente hablando, supone casi una renovación radical de los criterios, que se materializa, sobre todo, en el cambio del instrumento dominante. Si antes estos australianos eran, claramente, un grupo de guitarras, ahora los arreglos están absolutamente dominados por los teclados. Aunque quizá esos cambios en el ropaje de las canciones no afecten del todo, al espíritu final del conjunto.

Tal vez sea una especie de reto. A pesar de la maldición que, a veces, parece perseguir a los honrados artesanos del pop comercial con mayúsculas, quienes mayormente son siempre denostados por su intelectualidad contemporánea y reivindicados muchos años después, por las mentes eruditas de las generaciones posteriores, no hay compositor que se precie que no tenga el oscuro deseo de fabricar un hit intemporal.

Y, tal vez también, ese podría ser el motor oculto que ha provocado los cambios de orientación perceptibles en este disco. Tras alcanzar las máximas alturas posibles en lo que respecta al reconocimiento de la crítica y convertirse, según las tendencias dominantes en la opinión ilustrada, en una de las maravillas que marcarán el recuerdo de esta época en el futuro, estos Tame Impala, nuevos exprofetas de la psicodelia atormentada, parecen ansiar otro tipo de reconocimiento. Ese que sólo otorga el público ilustrado que mueve frenéticamente el esqueleto en cualquier posta de baile.

Con ese propósito en mente, pero sin ser capaz de desprenderse del todo de sus coartadas intelectuales, el líder de la banda ha explicado en unas cuantas entrevistas que su intención al abandonar su vieja querencia guitarrera y entregarse al uso y disfrute del sintetizador, era combinar la potencia y originalidad de las bases rítmicas de los setenta con el zumbido melódico y juguetón de la música electrónica de los ochenta.

Una coartada bonita y bien elaborada que funcionará seguro entre la afición de vanguardia que siempre necesita elaborar un discurso exculpatorio antes de entregarse libremente a disfrutar de los placeres terrenales. Pero ese tipo de excusas, al fin y al cabo son pura pólvora mojada a la hora de la verdad, en ese momento mágico en el que la música empieza a sonar por los altavoces.

Y, al menos en mi caso, el resultado es un sí pero no. Un vale, de acuerdo, esto no está mal, pero, si lo que se pretende es alcanzar la dimensión reservada a los grandes escritores de canciones de todos los tiempos, lo cierto es que Parker y los suyos todavía se encuentran bastante alejados del paraíso, por mucho que, es cierto, lo atisben de vez en cuando. Pero van a necesitar otro par de discos por lo menos para alcanzar esa meta anhelada.

Vamos por partes. Hay unas cuantas fortalezas en este disco que anticipan próximas victorias. Kevin Parker, como compositor aplicado, tiene una potente intuición melódica y capacidad suficiente para atreverse a insinuar estribillos y secuencias repetitivas memorables, que pueden atraerse sin sonrojo y hasta resultan adecuadas para enfrentarse al trámite cantarín de la ducha mañanera.

Y esas son dos características que le acreditan como aspirante al trono. Pero, le falta todavía componer esa canción que le asegure ser recordado por los siglos de los siglos. De hecho, Parker estuvo más cerca de conseguirlo con ‘Elephant’, quizá el tema más ‘comercial’ de ‘Lonerism’ su disco anterior, gracias a ese airecillo a los viejos ‘hits’ de T Rex, con que arrancaba y terminaba el conjunto, que se beneficiaba también de un inesperado estallido instrumental vigoroso e imaginativo en la sección central.

No encuentro aquí ningún bombazo con una calidad equiparable a ese. Aunque hay muchas buenas canciones aquí, en esta colección de trece temas que se extiende a lo largo de 51 minutos. Está, por ejemplo, ‘Yes I’m Changing’, mi canción favorita del álbum por el momento. Un medio tiempo quedón, con la dosis de melancolía suficiente para sumergir al oyente en un mundo lleno de evocaciones, otoños pasados, y tardes de lluvia, que resulta más que sugerente.

Y sigue siendo perceptible la mayor parte del tiempo ese ambiente agridulce que, por momentos, cuando los colchones de teclado cumplen mejor con su función de asegurar la creación de un clima concreta, recuerdan a los fondos orquestales que hicieron grandes las canciones de aquella banda californiana llamada Love, que lideraba un lunático maravilloso llamado Arthur Lee.

Así que ustedes mismos. Hay algo de ocasión perdida en este disco. Pero también esa capacidad de riesgo que sólo tienen los grandes. Esos tipos tan seguros de si mismos, como Parker, capaces de tirarlo todo por la borda para empezar casi de cero. Sólo por eso, este ‘Currents’, y estos Tame Impala, ya contaban con mi simpatía desde el principio. Luego he encontrado algún argumento más.

Y sí, con todas las reservas ya mencionadas en estas líneas, me atrevo a recomendar su escucha. Hasta cuando no dan del todo en el blanco, estos australianos mantienen intacta su credibilidad. Y quizá sea precisamente por eso. Porque se atreven a fallar si hace falta para intentar componer y grabar la canción pop perfecta. Ahí es nada.

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