‘Primrose Green’, un disco de Ryley Walker

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‘Primrose Green’, un disco de Ryley Walker

Primrose Green

El guitarrista de Chicago deja clara su devoción por el folk-jazz de los setenta en su nuevo disco. Con sólo 26 años, el fino estilista del ‘fingerpicking’ y las guitarras de cuerdas de acero, Ryley Walker, se ha convertido en el último eslabón de una cadena de instrumentistas, marcada por el virtuosismo, el buen gusto instrumental y la raíces ‘folkies’ que une a músicos de Reino Unido y EEUU, desde hace unas cuantas décadas.

El estilo tuvo su momento de gloria en la década de los setenta con el advenimiento del folk-rock y las mezclas psicodélicas que propiciaban el movimiento hippie y el uso ‘artístico’ de algunas drogas alucinógenas, como el ácido o el lsd, que se habían hecho popular en el último tramo de la década anterior y aún coleaba.

Por empezar por lo obvio, nombremos ya todas las influencias que confluyen en este nuevo mago de las seis cuerdas surgido no hace mucho en los circuitos alternativos de la ciudad de Chicago. Se trata, entre otros, de tipos que fueron tan recomendables durante sus años en el planeta, como John Martyn, Tim Buckley, Bert Jansch o John Renbourn .

¿Mucho peso para las espaldas de un recién llegado? Quizá sí. Sobre todo porque a ese grupo de notables guitarristas ya fallecidos, habría que añadir a unos cuantos más. Gente aún en activo del estilo de Richard Thompson, o aquel Jimmy Page que bordaba el repertorio más acústico de los inmortales Led Zeppelin.

Y aún habría que añadir un par de elementos más al ‘cocktail’. El Van Morrison más dulce y el Nick Drake más marchoso que también existió, aunque hoy se le relacione más con la parte más melancólica y tristona de su cancionero.

Supongo que esas referencias bastarán para que mis lectores más veteranos sepan ya perfectamente de lo que estamos hablando. Para dar pistas a los más jóvenes nombraré los trabajos más recientes de Steve Gunn. Otro guitarrista del siglo XXI, compañero de fatiga de Ryley, que es tan virtuosos, o casi, como él y anda ‘enredando’ también con las afinaciones abiertas en sus ratos libres.

Con un poco de todos ellos, está hecho este ‘Primrose Green’ del que nos ocupamos hoy. Nombre que, según las explicaciones proporcionadas por el artista se corresponde con un cocktail, inventado por el mismo que mezcla el whisky con algunas semillas florales.

Eso, más la convicción necesaria y la firme determinación del propio Walker de ocupar su sitio en la historia de la música, con un sonido que, a pesar de recordar a tanta gente, le pertenezca en exclusiva y haga avanzar hacia adelante al género que ama y cultiva desde su más tierna infancia.

Y tiene valor y buenos contactos. Para conseguir su propósito se ha encerrado en un estudio con una banda de primera categoría, formada por músicos más que competentes cuyo lenguaje fundamental es el jazz. Tipos que saben tocar sus instrumentos y no se cortan cuando lo que toca es lanzarse al trapecio sin red e improvisar a toda pastilla.

Merece la pena apuntarse los nombres de los compinches que Walker ha reclutado para la aventura porque nos van a dar unos cuantos días de gloria si les seguimos la pista. Están por supuesto sus dos acompañantes fijos, el guitarrista Brian Sulpizio, que también ejerce aquí de ingeniero de sonido y el teclista Ben Boye.

Y junto a ellos una selección de lo mejor que puede aportar en este momento la escena de Chicago hoy por hoy. Nada menos que Frank Rosaly en la batería, Anton Hatwich al contrabajo, Fred Lonberg-Holm al violoncello, Jason Adasiewicz al vibráfono y Whitney Johnson a la viola y los coros.

Y amigo, cuando esa maquinaria de instrumentistas en estado de gracia se decide a cabalgar consigue resultados de primera calidad. Suena fuerte, con garra e instinto melódico y proporciona unos cuántos momentos de máxima intensidad y energía, dignos de mención, que aportan los mejores minutos de estos 44 minutos de música repartidos en 10 canciones.

Como sucede en ‘Sweet Satisfaction’, mi canción favorita del disco por el momento, donde Ryley y sus chicos se lanzan a una vorágine de improvisación brillante y fructífera que incluye un ritmo venenoso de guitarra acústica y un crujiente sólo de eléctrica reforzada por el sonido peleón y distorsionado que proporciona un viejo amplificador de válvulas.

También en otros temas destacables como la pieza instrumental ‘Griffiths Bucks Blues’, donde saltan chispas de la acústica gracias a unos arpegios vertiginosos. O en ‘Love Can Be Cruel’, cuya introducción muestra al grupo en su máxima plenitud. O, también, en la deliciosa baladita ‘Hide In The Roses’, que cierra el álbum e incluye uno de los acompañamientos de guitarra más elegantes que hemos oído en los últimos meses.

Con todos estos mimbres nos encontramos ante un disco recomendable que, sin embargo, podría haber sido un poco mejor que lo que es. Y que, eso sí, anuncia un futuro prometedor pero se queda un poco corto, cuando uno piensa en lo que podría haber sido.

¿Qué es lo que no tiene, entonces? Quizá hubiera sido necesaria aquí, la mano maestra de un productor parecido a aquel Joe Boyd que sacó lo mejor de las grandes estrellas del folk británico que tanto admira Walker. Aquí la labor ha correspondido a Cooper Crain, un buen ingeniero de sonido.

Pero hubiera hecho falta, en mi opinión, un tipo más exigente y con un poco más de mano dura. Alguien que quizá hubiera obligado al guitarrista a componer unos cuantos temas más, antes de meterse en el estudio, que permitieran aportar desde la raíz, las propias canciones, la materia prima perfecta para grabar una obra maestra.

No nos engañemos, ‘Primrose Green’ aún no lo es. Le faltan tres o cuatro temas inolvidables para alcanzar esa altura en la que se sitúan, los discos que Walker parece haber oído tantas y tantas veces, mientras mejoraba como guitarrista a toda velocidad.

Y, sin embargo, no deberían perderse este disco porque anuncia la llegada de un talento mayúsculo que va a dar mucho juego en el futuro. Y que, según parece, ya lo da sobre los escenarios donde su capacidad e inventiva como instrumentista brilla con mucha más intensidad que en este disco, según me cuentan fuentes de toda confianza que le han visto en concierto.

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