Fidel Castro echó una mano

Muere Fidel Castro

Fidel Castro echó una mano

Diego Carcedo

Entre los muchos problemas que se le acumularon al Gobierno de Adolfo Suárez estaba el del auge que iba cobrando el independentismo en Canarias. Entre los muchos problemas que se le acumularon al Gobierno de Adolfo Suárez en aquellos años de transición a la democracia, estaba el del auge que iba cobrando el independentismo en Canarias. El movimiento encabezado desde Argelia por el abogado Antonio Cubillo había prendido en muchos países africanos donde la idea de independencia de un territorio geográficamente africano enseguida suscitaba simpatías. Cubillo, bien respaldado por la hábil diplomacia argelina que a su vez contaba con el respaldo del Movimiento de los No Alineados, había conseguido llevar sus pretensiones a la Organización para la Unidad Africana que acabó incluyéndolo en la orden del día de su plenario en Jartum (Sudán).
                  
El Gobierno español, consciente del peligro, hizo un hueco en sus numerosas preocupaciones y organizó una estrategia, encabezada por el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, para frenar aquella operación que, de triunfar en Jartum acabaría en manos del Grupo de los Veinticuatro que en Naciones Unidas resuelve los asuntos relacionados con el colonialismo. Para conseguirlo, el ministerio de Asuntos Exteriores puso en marcha una hábil estrategia diplomática bidireccional que consistía en convencer a los jóvenes gobiernos africanos de que, aunque geográficamente fueran africanas, las islas Canarias eran histórica, cultural y étnicamente españolas.
                  
El ministro, al frente de una reducida delegación de expertos colaboradores, visitó cerca de treinta capitales africanas en dos meses, se entrevistó con sus colegas, fue recibido por los jefes de Estado y su gestión acabó consiguiendo los objetivos. Pero aquella diplomacia directa, muy valorada por los anfitriones,  no era la única que se estaba moviendo en el escenario internacional. El Gobierno español buscó ayuda mediadora extranjera y la encontró en dos presidentes que, curiosamente, en España no gozaban de las simpatías generalizadas de la población. Una fue la de Giscard d´Staing, que ejerció sus influencias entre los países francófonos, y la otra, más secreta si cabe, de Fidel Castro que recordando que él tenía sangre española enseguida se avino a echar una mano.
                  
En aquellos momentos eran bastantes los países africanos bajo regímenes comunistas, como Angola, Cabo Verde, Mozambique, Etiopía, República de Guinea, Guinea Bisau, etcétera, algunos incluso con presencia de tropas cubanas ayudándoles a resolver sus conflictos internos, y la intervención cubana enseguida consiguió que sus gobiernos aparcasen la cuestión canaria de sus preocupaciones y en la Cumbre de Jartum se soslayó la propuesta del MPAIAC. Aquella intervención personal de Fidel Castro en España pasó inadvertida e incluso fue objeto indirecto de críticas al Gobierno de Adolfo Suárez por parte de sectores políticos y mediáticos de derechas que la consideraban una intromisión de socialistas  y comunistas.
                  
Por aquellos meses causó sorpresa el que Carlos Robles Piquer, a la sazón secretario de Estado y cuñado de Manuel Fraga, viajase oficialmente a la Habana para participar en una reunión de los países no alineados que era vista con hostilidad desde Washington. Nadie aquí parecía entender las razones que habían impulsado al Gobierno de la UCD a participar, aunque sólo fuese en condición de observador, en aquella cumbre en la que serían criticados los intereses occidentales. Pero tampoco se sabía que Fidel Castro, cuyo régimen tanto rechazo provocaba incluso en algunos sectores del Gobierno  estuviese contribuyendo a sacarle a España las castañas del fuego en una situación tan delicada.

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