Albert Rivera imita a Esperanza Aguirre para acabar con Rajoy

Detrás de la cortina

Albert Rivera imita a Esperanza Aguirre para acabar con Rajoy

El líder de Ciudadanos sube el tono sectario de su discurso para seducir al ala dura del PP Es tan triste como cierto y todo el mundo lo sabe. El doble discurso, la doble moral y los dobles mensajes parecen ser consustanciales a la actividad política. La vieja y la nueva. Y, en los últimos tiempos nadie parece haber usado más está técnica de diferenciar la imagen pública de la privada que Albert Rivera, la gran esperanza blanca de los poderes fácticos españoles para hacer descarrilar cualquier intento real de promover el ‘cambio’. Parece que el líder naranja habla de pactos y entendimientos ante las cámaras y, a la vez prepara a sus muchachos-as para una radicalización evidente de su discurso que les sitúe en ese flanco derecho en el que sabe que residen sus principales apoyos.

Por eso, en estos momentos claramente preelectorales, el líder de Ciudadanos ha empezado a subir el tono de su discurso sectario. A marcar con claridad sus límites y sus líneas rojas para que nadie pueda acusarle en los próximos días de ser un izquierdista encubierto. De modo que ahora, Rivera siempre aplicado y estudioso de las obras completas de los modelos que le inspiran, parece haber encontrado en la imitación de la gran Esperanza Aguirre, el camino correcto para sobrevivir en el entorno hostil al que está a punto de enfrentarse.

Lo primero que Rivera ha aprendido de Aguirre es que hace falta un bloque ‘reformista y constitucionalista’ que salve a España en este momento difícil, en el que lo que verdaderamente está en juego es evitar que las hordas de rojos, populistas, amigos del terrorismo y los separatistas, esas legiones del mal que financian Irán y Venezuela, tomen el poder. Es decir que hay que disparar misiles dialécticos constantemente contra Podemos, las confluencias Compromis, IU y el resto de animalitos del bosque perro-flauta, como técnica básica de distracción. Más que nada para evitar que el personal se de cuenta de todas aquellas cosas que tenemos interés en ocultarle.

Piénsenlo. ¿Dónde han oído antes aquello de que España tiene que estar por encima de todo? En realidad, la primera gran promotora de es pacto de partidos constitucionalistas que cerrará el paso al ‘frente popular’ fue Aguirre. Si hacen memoria recordarán que hasta se hicieron chistes con el empecinamiento de Esperanza de ofrecerle la Alcaldía de Madrid a Antonio Miguel Carmona el cabeza de lista del PSOE en aquellas lejanas municipales para evitar que Manuela Carmena se hiciera con la vara de mando. Tal era su generosidad que estaba dispuesta ya por aquel entonces a dar un paso al lado por el bien de los españoles.

De hecho, Aguirre volvió a la política, según afirma, con la única intención de frenar a Pablo Iglesias. Más o menos, la misma que parece tener ahora Albert Rivera que, lo mismo que su mentora indirecta, se presenta a si mismo con un campeón de la regeneración democrática y un paladín incansable que se ofrece a limpiar de corrupción todas las instituciones. Lo mismo que Esperanza, por cierto, que aún ahora se atribuye el mérito de haber sido ella quién desenmascaró a la trama Gürtel. Claro que, a pesar de ese fascinante descaro de la exlideresa madrileña, eso no acaba de colar ni entre sus leales. La jefa del ‘ala dura’ de los populares acumula demasiados años y demasiados colaboradores manchados para que el discurso se mantenga en pie.

Ahí Rivera tiene muchas más opciones que su mentora. Con quien comparte también, no lo olvidemos, ese ideario político ‘neoliberal’ que impulsa los modelos económicos desregulados, el despido libre, la demolición del estado del bienestar, la exterminación de los sindicatos y otras lindezas por el estilo, sacadas del manual de los catedráticos de Economía que proporcionan argumentos a Angela Merkel y el ala más dura del Partido Republicano de EEUU. La única parte de sus propuestas para España que el líder naranja nunca estará dispuesto a variar porque el crecimiento de su partido y lo recursos que obtuvo para financiarlo siempre estuvieron condicionados a la defensa ultranza de sus ideas.

Durante muchos años, de hecho, Esperanza Aguirre convirtió a la Comunidad de Madrid en el laboratorio perfecto para poner en práctica este ‘corpus’ ideológico y propiciar los buenos negocios de su empresariado afín y otras muchas cosas relacionadas con las tramas de corrupción estructurales que, lamentablemente, todos ustedes conocen. Tal era su poder que sólo parecía tener un enemigo real. Ese cachazudo y rocoso presidente del PP, llamado Mariano Rajoy, contra quien nunca se atrevió a combatir cara a cara, pero a quien siempre quiso sustituir, según se dice, y al que, al parecer, intentó robar la silla en multitud de ocasiones.

Pero sus superpoderes no fueron suficientes para acabar con su archienemigo gallego. Aunque quizá Rivera, su verdadero ‘hijo político’ ya les digo, si pueda conseguirlo. Como ella, el líder naranja ha situado en Rajoy el origen de todos los problemas que tiene ahora el PP. Sin el presidente del Gobierno en funciones, el pacto ‘constitucionalista’ sería más que posible y la derecha mantendría el poder para seguir enfrentándose por los siglos de los siglos a las hordas rojas que no tuvieron bastante con perder la guerra civil en el Siglo XX y aspiran una vez más a arruinar España.

Porque si algo tiene claro Rivera es que su única oportunidad de mantener sus aspiraciones es robar los votos del ala dura del PP, seducir al ‘aguirrismo’ y conseguir que los abuelos-as que insisten en votar a los populares cambien por una vez el color de la papeleta que han depositado año tras años en las urnas cada vez que han sido llamados a hacerlo. Y para lograr su objetivo tiene que demostrar con claridad que él, y sólo él, es la única figura de la derecha con fuerza suficiente para impedir que Iglesias y los suyos rompan España.

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